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·

l)E

CU~RESMA.

:'

1

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dores, tódas estas

injustici~s

están prohibidas e">:Cpresamen–

te por este precepto:

Non loqueris contra proximum tuum

falsum testimonium,

no levantarás testimonio falso con–

tra tu próximo.

NQ

se debe restringir este precepto al

solo falso testimonio· dado, en ju_stic;ia. Esta ley m\ra

á

todos los delitos de falsedad, á todas las me.miras, mur–

muraciones, calumnias, al soborno de los jueces, de los

abogados, de los testigos, de los delatore,s,

á

la falsifi–

cacion de las letras: en una palabra, á todo lo gue ofen–

da la buena· fe y la justicia.

Nvn. ,concupiscf!J _domµm pro–

ximi tui, nec desiderabis µxorem

~jus,

11on: .-servum, &c.

No desearás la casa

d~

tu próximo, ni su mugecr: , ; ni su

siervo, ni su buey, ni su asno, ni otra alguna cosa que

sea suya. Es claro que por este preeepto prohibe Dios

to–

dos los injustos deseos del bien ageno. Este último man·

damiento, segun los intérpretes, encierra una especie

d~

suplemento

á

algunas de la,s ordenanzas precedentes, en

las que nos prohibe Dios el hacer mal. Se hubiera podi–

do juzgar que con tal que nos abstuviésemos de las ac–

ciones malas, no éramos culpables por lqs malos deseos;

y así Dios nos ensefia aquí, que no basta no cometer

adulterio, no matar, no hurtar; ·qu_iere ademas de esto,

que nos abstengamos tambien de los malos deseos, los

cuales nos hacen tambien criminales:

El que mirare una

muger con ojos de concupiscencia y de deseo,

dice el Sal–

vador

,ya

ha cometido adulterio en su corazon.

Mientras que Dios dictaba su ley á Moyses sobre la

cima del monte Sínai, en medio de aquella nube de fue–

go que cubria lo alto del monte, todo el pueblo, que es–

taba

á

la falda, estaba en una silenciosa consternacion,

espantado á la vista de los relámpagos y con el estruen–

do de los truenos.

Todo el pueblo,

dice la Escriturá,

veia

las voces

y

los golpes de la

lu~,y

el son de la bocina y el

mont,e cubierto de humo:

lo cual les causó tal terror

y

espanto, que se apartaron de la falda del monte, y ape–

nas vieron á Moyses que baxaba hácia éllos, cuando ex–

cla.maron: Moyses, háblanos tú,

y

te oirémos con doci–

liqad: no nos hable el Señor , no sea que muramos topos

al oirle. Moyses, viéndolos tan atónitos y . medrosos, los

aquietó, diciéndoles: No temais; el Señor ha venido á lle–

naros de su temor, para que no pequeis. Sosegado el pue-