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·
l)E
CU~RESMA.
:'
1
57
dores, tódas estas
injustici~s
están prohibidas e">:Cpresamen–
te por este precepto:
Non loqueris contra proximum tuum
falsum testimonium,
no levantarás testimonio falso con–
tra tu próximo.
NQ
se debe restringir este precepto al
solo falso testimonio· dado, en ju_stic;ia. Esta ley m\ra
á
todos los delitos de falsedad, á todas las me.miras, mur–
muraciones, calumnias, al soborno de los jueces, de los
abogados, de los testigos, de los delatore,s,
á
la falsifi–
cacion de las letras: en una palabra, á todo lo gue ofen–
da la buena· fe y la justicia.
Nvn. ,concupiscf!J _domµm pro–
ximi tui, nec desiderabis µxorem
~jus,
11on: .-servum, &c.
No desearás la casa
d~
tu próximo, ni su mugecr: , ; ni su
siervo, ni su buey, ni su asno, ni otra alguna cosa que
sea suya. Es claro que por este preeepto prohibe Dios
to–
dos los injustos deseos del bien ageno. Este último man·
damiento, segun los intérpretes, encierra una especie
d~
suplemento
á
algunas de la,s ordenanzas precedentes, en
las que nos prohibe Dios el hacer mal. Se hubiera podi–
do juzgar que con tal que nos abstuviésemos de las ac–
ciones malas, no éramos culpables por lqs malos deseos;
y así Dios nos ensefia aquí, que no basta no cometer
adulterio, no matar, no hurtar; ·qu_iere ademas de esto,
que nos abstengamos tambien de los malos deseos, los
cuales nos hacen tambien criminales:
El que mirare una
muger con ojos de concupiscencia y de deseo,
dice el Sal–
vador
,ya
ha cometido adulterio en su corazon.
Mientras que Dios dictaba su ley á Moyses sobre la
cima del monte Sínai, en medio de aquella nube de fue–
go que cubria lo alto del monte, todo el pueblo, que es–
taba
á
la falda, estaba en una silenciosa consternacion,
espantado á la vista de los relámpagos y con el estruen–
do de los truenos.
Todo el pueblo,
dice la Escriturá,
veia
las voces
y
los golpes de la
lu~,y
el son de la bocina y el
mont,e cubierto de humo:
lo cual les causó tal terror
y
espanto, que se apartaron de la falda del monte, y ape–
nas vieron á Moyses que baxaba hácia éllos, cuando ex–
cla.maron: Moyses, háblanos tú,
y
te oirémos con doci–
liqad: no nos hable el Señor , no sea que muramos topos
al oirle. Moyses, viéndolos tan atónitos y . medrosos, los
aquietó, diciéndoles: No temais; el Señor ha venido á lle–
naros de su temor, para que no pequeis. Sosegado el pue-