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DE SEPTUAGÉSIMA.

16.t

Cuando se piensa

á

sangre fria en la irregularidad de esta

la rimosa conducta, se desearia saber si esta especie de

gentes son cristianos, ó

si

estos indignos cristianos mere–

cen el nombre de racionales. No parece sino que hay una

especie de fascinacion que embarga

el

uso de la rectara–

zon, que embota el espíritu,

y

suspende todo buen sentimien–

to en materia de religion

y

de conducta cristiana. Todo es·

panta, todo incomoda; todo desanima cuando se trata de

vivir segun el espíritu

y

las máximas de la religion, segun

las leyes del evangelio. Por mas que Dios presente una feli–

cidad eterna, una gloria pura

y

sólida: por mas que pro–

meta al vencedor de sus propias pasiones, de estos enemi–

gos mortales de nues tra salvacion

y

de nuesrro sosiego, una

corona preciosa que jamas se corrompe, que nunca se aja,

una felicid

, perfecta, que no dexa que desear,

y

todo esto

pr·

p cos días, por algunas horas, por algunos

momentos de mortificacion de los senridos

y

de las pa–

siones; desde luego todo esto nos altera, nunca se tiene

bastante salud, somos demasiado jóvenes, estam s mu

o ·· ·

pados, trabajamos mucho, somos muy delicados, · e

una eJad

muy

avanzada, la abstinencia, el ayuno son o–

bre

nues tr~s

fuerzas. No traigamos aquí ni el exemplo de

tantos-

~antos

mas jovenes, mas delicados que nosotros; no

traigamos el exemplo de san

Pablo~

ni el de los adietas

ó

luchadores; iesas mismas personas tan delicada. n lle-

nas de negocios, no destruyen por su conducta

stros

mas especiosos pretextos, nuestras mas plau ibles e ,

¿Qué no tiene que sufrir en la guerra ese jóven ta e

!–

cado, ese hijo de familias en la for de su

edad~

La ambi–

cian , el deseo de distinguirse, de adelantarse , de darse

á

conocer, le hacen pasar por todas las au teridades del

servicio. Por cierto que Dios no pide tanto

á

los que le

sirven. ¡Qué imperio no tiene sobre un corazon jóven el in–

teres

y

el deseo de hacei: fortuna! ¡qué poder no tiene

so–

bre los mismos viejos una violenta pasion! Nada cuesta tra.

bajo cuando se t_rata de satisfacer estas pasiones. Vos so·

lo, Dios

mio,

vos solo pareceis un Señor demasiado duro

á

todos esos esclavos del mundo. Se pasan sin quejarse ,

y

casi sin pena lo dias enteros sin comer, por hacer la cor–

te

á

los grandes: se da una especie de tormento al cuer–

po por parecer de un talle garboso

y

bizarro: se ayuna ri-

To1'1.

l .

L .