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vió de él sin duda para grandes d esig1fü>s de su gloria. ¡Qui

sabe cuantos infieles se convertirian

a

la

fé,

por la predicaci

. d e Fray Martin! ¡cuantos cristianos pec;idores harian penit

cia! ¡cuantos indigentes serian socorridos! Toda la gloria

Tetribuida

á

Dios; el mérito de Fray Martin se abismó

1,a–

eternidad,

y

en ella recibe para siempre su justa recompénsa .

Por tan diversos

y

sublimes ej ercicios se prueba la heroici–

dad de su

fé,

y por los mismos,

y

por otros no menos eminen–

tes la de su esperanza.

ARTICULO II.

''.Jd

~

L a !terozcwa de su Esperanza.

Esta virtud es la espectacion de la d ivina

Bien~1ventu.l·anza, que solo podemos conseguir por los auxilios pficaces

del Señor;

y

que se ej ercita así por actos formale.s, como por

v irtuales, segun enseña San Buenaventura.

ctos formales

son los deseos

y

aspiraciones d e la voluntad hacia el Snmo

Bien que espera poseer eternamente, los cuales se llaman in–

ternos, cuando salen del

co1:azon

secretamente,

y

esternos.,

cuando se espresan con las acciones

ó

palabras. Los actos vir–

tuales se contienen en el ejercicio d e cualquiera otra virtud;

pues todas d eben practicarse por amor

a

Dios cen el d eseo

y

esperanza de poseerle. La esperanza se funda en la palabra in–

falible de Dios,

y

en sus divinas promesas contenidas tanto en

el

antiguo, como en el nuevo T estamento.

Mas, para que

s~an

provechosos

y

meritorios los actos

de la esperanza, 'deben ser acompañados del temor de Dios;

pues quien desea

y

espera gozar del Sumo Bien, debe abor•

recer e l pecado que nos aleja de

él.

P or eso dice el Real Pro–

feta.

"Sacrificad sacrificio dej usticia,

y

esperad en el Señor."

Y el Apóstol San Juan en el cap. 3. de su l a. E pistola nos lo

enseña por estas palabras,

"Carísimos, si nuestro corazon no

"

nos 1·ej>reliende, confianza tenemos delante de Dios:

y

cuanto le

"

jJidiéremos, recibirémos de

él,

porque guardamos sus manda–

"

mientos,

y

hacemos las cosas que son agradables en su ¡n·e–

"

scncia."

E l temor de Dios puede ser servil,

ó

fili al: aquel pre–

serva ele la culpa por el temor d e la pena;

y

este, por no desa–

gradar al Señor que debe ser amado sobre todas las cosas..

A;r

¡ib.os

son buenos; pues aunque

el

primero es imperfecto,

d1s

pcn1e

parn el segundo, si por el auxili o divi110 el servil se