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fueron testigos una comunidad de trescientos religiosos por di–

latado tiempo, y que se repitieron muchas veces, ya

á

la vista

del mayor número, ya á cada uno en particular. No pudieron

engatiarse los enfermos necesitados de su auxilio, que en alt11

noche le llamaron, ó solo con el deseo, ó tambieu con la pala–

bra, y que fueron socGrridos por el siervo de Dios, estando las

puertas cerradas, llevando consigo los utensilios

y

medicinas

que le pedían los pacientes; ui tampoco es creíble que padecie–

sen ilusion cuantos le vieron, muchas veces,

e~endo

mas de cua–

tro varas de Ju tierra. ¡Qué maravilla la de los novicios que hu–

yeron ni pueblo del Cercado! ¡La del que había convenido con

su padre en dejar los hábitos para ser tesorero! ¡La del holan–

dés moribundo en el hospital, sin haber sido bautizado! ¡Qué

po1'teuto el de entrar con las puertas cerradas para socorrer al

moribundo fray Diegó Medrana, caído en el suelo, porque los

religiosos veladores se habían dormido á pierna suelta! ¿Cómo

podrá dudarse del privilegio que gozaba de hacerse invisible, des–

pues de comulgar, habiéndose hecho reiteradas pruebas para

asegurarse de esta maravilla, y constando por todas ellas su rea–

lidad? Y ¿cuánto mas no debe crecer nuestrn admiracion, al con–

siderar que-asi como, uo solo penetraba los cuerpos sólidos, sint

tambieu hacia que los penetrasen las sábanas, camisas, brasero

y demas utensilios que .llevaba para socorrer

á

los enfermos

necesitados en alta noche; del mismo modo se hacia invisible y

hacia igualmente

á

otros, como sucedió cuando, por haber to·

mado la apariencia de colchou, y haciendo por su virtud, que

la tomasen dos criminales perseguidos por la justicia, que en–

traron

á,

su celda imploraudo su protecciou, no pudieron cono–

cerlos ni el juez, ni sus ministros, porque solo veian en ellos tres

colchones?

neilexiónese que el don de penetrar los deseos de otras per·

sonas, y sus acciones reprensibles, se extendía hasta las cosas

pequeñas y de menor importancia. Tales fueron haber enten–

dido el deseo que tuvo su s·obrina de uu manto nuevo; el co·

nocimiento de que los novicios habian comido la fruta que es–

taba eu su cajon; y de que, habiendo tomado uno de ellos uu

peso de plata, sin que Jos <lemas lo advirtiesen, lo tenia guar- ·

dado dentro de su zapato; el del sitio donde escondían algu–

nos rateros la ropa que robaban de los enfermos &a. &a.

Mereee tambieu consideraciou, que. muchos de los novicios

auxiliados del modo extraordinario que se ha dicho, eran

maestros, predicadores generales, prelados ú Obispos, cnaudo

se tqmaron las informaciones, los que por su virtud y dignidad

merecieron toda

fé.

Y,

á

mas de que muchos seglares fueron