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•hallaba en disposicion de recibir otra ninguna.• La misma
declaracion hizo
á
un religioso que le decía llamase
á
Santo Do–
mingo, para que lo asistiese en esa hora; pue.s le contestó el
siervo de Dios: •No necesito llamarlo, porque lo tengo presen–
•te, en compañia de la, Vírgen Nuestra Señora, de su Esposo
•San losé, de Santa Catalina vírgen y mártir, y ·de San Vicen–
•te Fe.rrer, que vienen
á
favorecerme en este trance.• Comu–
nicó esto mismo el prior al sellor Virey, para confirmarle en
el concepto que tenia de fray lllartin.
Aconsejando los religiosos
á
un seglar, amigo de fray \Uartin,
que se acostase, porque, desde que se babia puesto en
c~ma
el
siervo de Dios, no se apartaba de sn lado; antes de acceder
á
las instancias de los padres, se acercó al lecho, y queriendo des–
pedirse de su amigo, por si acaso falleciese en esa noche es–
tando él dormido; viéndolo con la espalda hácia fuera, le dió
un ósculo en la cerviz. Alzó entonces fray l\Iartin el brazo, y
tendiéndolo sobre la cabeza
y
cuello del amigo, lo estrechaba
tanto, que le excitaba copioso sudor; y, al mismo tiempo, peFci–
bia el seglar que exhalaba el cuerpo del siervo de Dios un olor
suavísimo
y
fragaute, que jamás babia olido, lo qne le conseló
sobremanera.
lllandóle tambien el prior, con precepto de obediencia, que
le respondiese
á
cuanto le preguntase. En primer lugar le dijo: ,
·dígame, para gloria de Dios
y
edificacion de los prójimos, si es
verdad que se ha disciplinado tres veces cada dia,
á
imitacion
de nuestro padre Santo Domingo?• Tembláronle al siervo de Dios
todos sus miembros,
y
obligado por la obediencia, declaró que
·eu cierto lo que se le preguntaba; pero que era grande peca–
dor, por lo que suplicaba
á
su paternidad supendiese el precep–
to que le babia impuesto de obedienaia. El prelado se babia
propuesto exigir de él una fiel relacion de las mercedes que
babia recilíido del Señor; pero, viéndole tan afligido
y
con–
turbado por la primera pregmlta, se abstuvo de hacerle las de-·
mas que pensaba, conociendo precisamente que no convenía
reparar en ese trance, tal vez con peligro del moribundo, la
omision de no haberle sometido
á
un rigoroso exámen, mucho
tiempo antes de su fallecimiento.
A la verdad, quien se halla en esa última hora, decisiva de su
eterna suerte, no debe traerá consideraéion sus ejercicios pia–
dosos, porque ignora si han sido aceptos á Dios;
y
porque su
voluntario recuerdo puede inspirarle una vana confianza.–
por eso fray l\lartiu, sin embargo de que se le babia revelado
la hora de su tránsito,
y
tal vez el feliz anuncio de unirse
ete~name nte con su Dios, por lo que vistió un habito nuevo, mam-