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B. PEREZ GALDOS
menudeaban. De pronto, una racha de Noroes–
te sopló
~con
fuerza, levantando remolinos de
polvo, pues la tierra apenas se había mojado,
y
azotando 'con violencia suma
á
los pasean:'
tes, obligóles
á
detenerse un momento.
Las
ro–
pas
talares del Obispo, del cura
y
del
secreta~
rio 'se arremolinaron ' silbando en torno de los
cuerpos, como si el viénto quisiera arrancár–
selas para ponérselas él. '
«¡Dios míol ¿qué es esto?- exclamó
D,?D
Angel. --.
,
En poco tiempo la nube ' parda se exténdió
por todo el cielo, cubriénd91e. Los viejos ála–
mos de tronco -leproso
y
de sonoras hojas
,se
en~orvaban
giIJ?iendo,
y
sacudían sus ramas
con movimientos de desesperación. El
~dento,
después de barrel' furioso los tejados, arran-'
>
'
cando todas las tejas que no estaban /seguras,
caía con furia loca sobre el mar',
y
elnbistiendo
las olas, las ahuecaba, silban,do en los cónca.. ,/
vos cilindros de ellas
y
esparciendo su espu–
ma.
~abía des~8parecido
el
hori~onte,
y
cielo
y
t ierra eran una inmensidad blanquecina,
toda agua, toda bruma. De repente, veloz cu–
lebra de fuego violáceo cruzó el espacio, vi–
brando fugazmen te en él como el pensamien–
to dentro de nuestro cerebro,
y
después sonó
allá arriba hondo estrépito de mil montañap