'31:4.
B.
PÉBIIZ
GALDÓS
borde del sepulcro
y
no tener un iustante,
á
I~I
disposición para poder decir esto que te digo.
He delirado como los que se mueren; he sen–
tido que la vida se iba acahando en mL.. Des–
esperada y confusa he dicho mil disparates,
he reído como los ,tontos ... he ,notado que cada
parte de mi sér se dislocaba con las contrac·
ciones dé la muerte.•
>
No sé qué idea terrible,
qué fuerza misteriosa me arrojó de, mi cama
y
me trajo aquí. Entre tallto desvarío, mi pobre
razón vió con claridad una cosa... que me ro–
barías
á
mi
hijo para poseerme en . él. Mi tío
me dijo que te había yisto entrar en casa de
Csifás •.. Sospeché. Yo me moría, pero no es·
taba muerta, y si hQbiera estado muerta
ha–
bría resucitado•.•
Salí,
corrí, volé... ¡Qué di–
cha tan grande poderte confiar mis últimos
.. pensamientos an tes de morirmel Estos pensa–
n1ien tos me hubieran pesado m ucho llevándo–
melos coñmigo.»
Inclinó
la cabeza sobre
el
lecho
cercano.
Daniel
acudió
á
ella.
e
¡Ohl ¡qué bien-estoy aquil-murmuró
Glo–
ria
mirando los ojos de su amigo
á
distancia
de pocos dedos..
-¡Mi hijo!
¡tú!. •• lo que
mál
quiero
en el
mundo.
-Esos son
108
sentimientos más, legítimo8,
más naturales y ul ás caros
ti
tu Dios y
á
tod