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I

GT.OTIlA

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ciera en la nitiez, su tío había venido · de la

di6cesis para verlá; recordaba haber sentido

ante él alegría tan viva, que cuerpo y alma so

'reanimaron con ardor desconoci<;lo. Figurósele

que una mano celestial la sacaba del negro

~bismo

en que iba sumergiéndose. Ya conva-

_ leciente, se le permitía jugar en el cuarto, IDas

nunca salir de él. .

El Obispo, ,dejando

á

un lado

S\l

breviario,

tomaba asiento junto

á

la mesa, donde Gloria

tenia un

COIDpl~to

ajuar diminuto de casa, con

preciosos mueblecitos, vajillas de comedor y

cocina, y dos docenas de damas y señoritas de

!lIta categoría, de 'las cuales unas estaban en

vjsita y otras recibían. Su Ilustrísima discutía

largamente con Gloria sobre la colocación que

debía darse

á~

las sillas

y

sofás, y ambos se pa–

saban las horas muertas con las imaginarins

visitas y los cumplidos

y

saludos de las mudas

personas de cartón. Llegada la hora de -la co '"

mida para los habitantes de enchna de la me–

ss, el patriarca por un lado y la chiquilla por

otro, parecían la gente más atareada del mun–

do, limpiando cacerolas del tamaÍÍo de deda ..

les, espumando cazuelas en cuyo seno unos

pedacitos de pan hacían las veces de pavos y

gallinas,

y

soplando hornillos sin lumbre.

cQue ponga usted bien esos manteleS', tío...

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