/
~.
VIII
Un
pretendiente.
Estalló, como he dicho, el cohete en los
.,
_.
aires,
y
casi en el mismo instante l'esonaron
las campanas de la Abadía,
_mezclándo~e
el
agudo son
'de
la esquila con la hueca salmodia
del: {avordón, para anunciar
á
los habitantes
- de Ficóbdga el feliz suceso.
~alieron
todos
a'
lá
calle; abandonaron la playa marineros.
y
calafates; de los campos acúdieron
labtiego~
-y
pastores~
sfluyó de
un~
y
otra parte enjaro–
bre
de chiquillos; todos ' los funciqnarios
mu~ nicipales aparecieron
~e
gran etiqueta,
y
nin.. -
guna persona quedó en su ca'sa.
L,R
caritlosa
manifestación provenia de que los Lan.tigua$
eran muy queridos en la localidad, especial-
lDellte el D. Angel.
.
~
!
De todas las personas importantes que sa-' '
lieron al encuen tro de Su Ilustrísim'a, el más
apresurado fué D. Silvestre Romero, cura de
la
villa.
Siguióle correteando, según se lo per–
mitían
sus
cortas piernas, el llamado D.
Juan
Amarillo, varón rico
y
pálido, que no llevaba