GLORIA.
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cha en que la impiedad'y
Jllalv~~a
desvergüen–
sa de
los revolucionarlos nos empefía, 'no
ba's-
.
l
~ ,
taD, no, la finura
y
ternIlle de las armas, ni el -
denuedo de 100s brazos varoníJes? La mejor ar–
ma es
la
oración, yel m,ás
terri~le
baluarte las
'virtudes,"yel buen
ejemplo~ ,
Seamos buen?B,
', píós, caritativos,
fervient~s
católicos, y ten–
dremo~
asegurada la , mitad del triunfo. Con
sentimiento declaro, 'porque así lo reconozco,
que el espíritu religioso
~stá
muy.enflaque,cido
entre nosotros.
'Se
habla mucho de batallar, y '
.
I
'
poco del 'amor de Dios.
Inter vos dárnliuntmul-
ti:
cEntre vosotros duermen muchos.»
Es
pre–
cis~
que todos despierten, porque la tempestad
está
encima; es preci,so ,'que despierte, no só- .
lQ
la carne, sino
el
:espíritu. ¿No habéis cono–
cido que entre nosotros cunde' desparramada
la herejía?
¿No
véis que hasta los más iuertes
han caído?
¿N~
véis que el racionalismo y el
ateísmo
han
robado muchas almas 'al seno,de
Dios? ¿No véis que disminuye cada día el nú–
mero de los fervorosos -católicos
y
aumenta el
de los indiferentes? He aquí un mal demasiado
grave para conjurarlo fácilmente. Yo os digo:
no sólo es preciso batallar, sino predicar; no
sólo ha llegado la hora de la pelea, sino del
ejemplo santo. Abnegación, paciencia, ' mar–
tirio. He aquí tres palabras mág.icas que su- '
: