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B. PÉRBZ
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es~jjo
D.
Juao miraodo
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bar- "
mano,-que
tomemos ]as mism8B armas
que
/ ellos usan contra nosotros. Si sólo se 'tratara
. de nuestras vidas, moriríamos; pero la Iglesia
está en
nuestras
manos
y
no podemos aban–
donarla••
_El abogado, el seglar, asf
89
expresaba, con
el tono de
la
autoridad irrecusa.ble,
mi~ntr88
el sacerdote, el pastor, callaba; aceptando su
papel de
pasiva
bondad. El uno tenfa la idea,
' el
otro el prestigio -exterior; el
ano
la ioiciati·
I
va, el otro
las
bendiciones., _ -
~ Dul'ante
IRrgo
rato,
el
despacho de
D.
Juan
ftJé
uo 11 ervidero de
planee,
de n"oticias, -de
amenazas,
de humildades
religiosM mezélads8
con mundaDos ímpetus de soberbia. Al
fin,
D. Angel
y
~fael
pasaron
á
la sala, donde
Gloria
recibió
á
éste. El distinguido
joven
se
empeíló,
con
cierta
fa.tuidad,
en llevar la
con–
'versación al punto para él interesantísimo
de
su
reciente
triunfo; pero
la excelsa
joven,
que
derramaba su -resplandor en
]~s
cumbres
del
espíritu,
estaba
demasiado
alta para deslum–
brarse
con la
débil luz
de un -'fósforo.
Oyéndoles,
D~
Angel
sentia
en -su alma
pro·
fonda
pena,
sabedor~
como
era, de- dos' suce-
08
igualmente
deplorables: el desaire que ha–
bía hecho la pícara
á
1a8 gracias
y
perf~io-