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ANTONIO RICARDO

PRIMeR IMPRESOR

Alberto Tauro

Desde los tiempos iniciales de la ocupacion espaiiola, fueron nwnerosas

Jas

ordenanzas

que en America intentaron restringuir, controlar y prohibir la introduccion, el comercio y

la

impresion de libros. Bien, para cautelar y aun modular las versiones referentes a los hechos

de la conquista y el gobiemo de los indios; bien, para evitar la propagaci6n de las ideas

contrarias al dogma cristiano, las discusiones doctrinarias sobre el origen y la legitimidad del

derecho, y aun la ingenua recreacion que se buscaba en la lectura de las

haz.afias

de los

caballeros afamados por amparar a los debiles y oprimidos. Y, desde luego, fue asi en el

virreinato del Peru; hasta que la estrechez de esas ordenanzas fue rebasada por las necesidades

del gobiemo, la evangelizacion de las poblaciones nativas y los requerimientos generates de

la educacion. Sin contar siquiera con autorizacion previa, el tip0grafo Antonio Ricardo instalo

su taller en el convento jesuita de Lima, y con la garantia de la orden atendio durante varios

afios a la impresion de estampas, naipes, invitaciones y otros pequefios trabajos. Fueron afios

oscuros y dificiles para el aventurado empresario, que arriesg6 su tranquilidad y su prestigio

social mientras se dilataron las gestiones burocraticas. Y al evocarlos podemos reconocer

que la introduccion de la imprenta se efectuo en el Peru bajo el signo de la clandestinidad.

Antonio Ricardo, originario de Turin, bordeaba ya la media centuria, pues habia nacido

en 1532; era hijo de Sebastian Ricardo, natural de Monticello y perteneciente a una vieja

familia de tejedores piamonteses, y de Guillermina Palodi, de

la

propia ciudad de Turin. Llegado

a la mocedad, habia iniciado el aprendizaje del arte tipografico en el taller de Geronimo

Farina; y rindio satisfactoriamente las pruebas exigidas para ser reconocido como maestro del

oficio. Pero los privilegios discernidos en favor de algunos empresarios del gremio, unidos a

las dificultades econ6micas familiares, le impidieron realizar su prop0sito de establecer

imprenta propia. Y a la postre opto por emigrar, con el ansia de conquistar en otros lares los

esquivos favores de la suerte.

Afectos y recuerdos per:fi1aron

la

animada imagen de su ciudad natal, que desde entonces

evoco Antonio Ricardo cuando

1a

nostalgia sefioreo en sus veladas. Turin habia sido un activo

centro mercantil durante los siglos XIII y XIV, pues su situaci6n la habia colocado en la ruta

de los comerciantes que llevaban los productos de Francia y los Paises Bajos hacia Italia y el

Oriente, o viceversa. En los campos aledafios prosperaba el cultivo de la morera, y la

manufactura de tejidos de seda ocupaba a nwnerosos artesanos. Pero al tenninar el siglo XV

fue perdiendo su importancia, porque el Piamonte se convirtio en campo de las luchas

entabladas entre los ejercitos franceses y espalioles que disputaban la dominaci6n de Italia.

Sufrio entonces las invasiones dirigidas por Carlos VIII y Luis XII; y luego las prolongadas

guerras entre Francisco I y Carlos V, que durante dos decadas mantuvieron la region bajo una

severa ocupacion francesa. Quedaron arruinados los campos, casi paralizada la manufactura,

y

debilitado el comercio. Hasta que Manuel Filiberto de Saboya, al frente de

Jas

tropas espanolas,

gan6 en F1andes

la

batalla

de San

Quintin

(1 O-VIII-1557), yen el tratado de Chateau-Cambresis

( 1559) obtuvo de Espana la garantia de la unidad territorial y politica de su principado.

De

modo que las exigencias del equilibrio europeo convirtieron al Piamonte en clique de

la

expansion francesa en Italia. Y la artesanal ciudad de Turin, transformada en capital del

XXI