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cultura de Occidente; y a la época de la Emancipación el sentido de la

independencia y la soberanía y la

promesa-que

se dió asimismo en otros pueblos

mnericanos. En opinión del autor se trata de nn elemento sicológico que, pese

a todas sus diferencia unió en el Perú a personajes tan distintos como a San

Martín y Bolívar, Vidaurre y Lnna Pizarro, Monteagudo y Sánchez Carrión.

«Esa esperanza, esa promesa, se concretó dentro de nn ideal de superación

individual y colectiva que debía ser obtenido por el desarrollo integral de cada

país, la explotación de sus riquezas, la defensa y acrecentamiento de su población,

la creación de nn «minimum» de bienestar para cada ciudadano y de

oportnnidades adecuadas para ellos» (16).

El autor indica que en el caso peruano la promesa recogió algunos elementos ya

conocidos en el pasado transformándolos; así, las perspectivas que los incas

planteaban a los pueblos conquistados de ser éstos, si se les sometían, cada vez

más prósperos. Posteriormente el nombre del Perú sonó como nn sinónllno de

riqueza y bienestar en la época de la conquista española, en el Virreinato y la

República. En

fin

de cuentas la República se fundó para cumplir la promesa que

en ella se simbolizó. En esta promesa existía nn elemento político-ideológico:

lograr nn Estado eficiente; otro económico: nn país progresista; y nno tercero

espiritual: la afirmación nacional.

A algunos de los adversarios que encontró la promesa hace dos siglos los analiza

Basadre en la tercera sección: <<Ideas del peruano del siglo XIX>>. Uno de ellos fue

elprogn:sismo abstracto,

al que lo que le interesaba era la introducción súbita de todo

lo considerado vigente por la moda para vencer el pasado que «hechizaba>> a

Anlérica: se buscó así imponer el federalismo, la descentralización, el

parlmnentarismo. El segundo adversario fue el

inmediatismo utilitario,

que usurpó

muchas veces ideas y tópicos del progresismo abstracto o de sus rivales para

endiosar o vejar a los caudillos y medrar en provecho propio. El tercero fue el

escnpe'smo,que

fo~Ó

mnndos de fantasía o se retrajo al pasado, con el

fin

de no ver

la realidad. Y el cuarto adversario fue el

sociologismopositivista

que, a diferencia de

los otros tres oponentes, se aproxllnaba con ojos críticos a la propia tierra y

contemplaba no sólo lo inmediato tratando de ver la realidad. González Prada le

parece a E asadre sintetizar todas estas opciones.

Pues bien, el historiador creía poder comprobar que las bases teóricas sobre

las que reposaba la actitud del hombre novecentista estaban, hacia 1940 -la

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