Al cabo del largo tiempo
de su destierro, le dió licen–
cia el Supremo Consejo Real
de las Indias por tres años,
para que volviese al Perú a
recoger su hacienda y vol–
viese a España a acabar en
ella la vida. A su partida, pa–
sando con su mujer por donde yo estaba (que se
había casado en Madrid), me pidió que le ayudase
con algo de ajuar y ornamento de casa, que iba a su
tierra muy pobre y falto de todo. Yo me despojé de
toda la ropa blanca que tenía y de unos tafetanes
que había hecho a la soldadesca, que eran como
banderas de infantería, de muchos colores. Y un
año antes le había enviado a la Corte un caballo
muy bueno que me pidió, que todo ello llegaría a
valer quinientos ducados. Y acerca dellos me dijo:
«Hermano, fialdos de mí, que, en llegando a nuestra
tierra, os enviaré dos mil pesos por el caballo y por
este regalo que me habéis hecho». Yo creo que él
lo hiciera así, pero mi buena fortuna lo estorbó,
que llegando a Paita, que es término del Perú, de
puro contento y regocijo de verse en su tierra, es–
piró dentro de tres días. Perdóneseme la digresión,
que por ser cosas de mis condicípulos me atreví a
tomar licencia para contarlas. Todos los que fueron
así desterrados perecieron en el destierro, que nin–
guno dellos volvió a su tierra.
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