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Libro Octavo

Capítulo XVII

El proceso contra el Príncipe

y

contra los Incas parientes

de la sangre real,

y

contra los mestizos, hijos de indias

y

de conquistadores de aquel Imperio

D

ICIENDO ESTAS cosAs

v

otras semejantes a grandes

voces y gritos, salió de la cárcel, y fué por las

calles con la misma vocería, de manera que albo–

rotó a cuantos la oyeron. Y valió mucho a los mes–

tizos este clamor que la buena madre hizo, porque,

viendo la razón que tenía, se apartó el Visorrey de

su propósito, por no causar más escándalo. Y así

no condenó ninguno de los mestizos a muerte,

pero dióles otra muerte más larga y penosa, que

fue desterrarlos a diversas partes del Nuevo Mun–

do, fuera de todo lo que sus padres ganaron. Y así

enviaron muchos al Reino de Chile, y entre ellos fué

un hijo de Pedro del Barco, de quien se ha hecho

larga mención en la historia, que fue mi condicípulo

en la escuela y fue pupilo de mi padre, que fue su

tutor. Otros enviaron al Nuevo Reino de Granada y

a diversas islas de Barlovento y a Panamá y a Nicara–

gua, y algunos aportaron a España, y uno dellos fue

Juan Arias Maldonado, hijo de Diego Maldonado

el Rico. Estuvo desterrado en España más de diez

años, y yo le vi y hospedé dos veces en mi posada,

en uno de los pueblos deste Obispado de Córdoba

donde yo vivía entonces, y me contó mucho de lo

que hemos dicho, aunque no se dice todo.

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