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dole bromas porque habian llegado sin que los smtieran los

perro~

del puestero.

Solicitó de éste el permiso que excusado es decir le fu é

concedido, para aprovecharse del fuego y

chiwrasquear,

á

lo cual se dispusieron los soldados encaminándose en se–

guida hácia la pieza en que los invaso res se encontraban.

Los revolucionarios, entre tanto, en un silencio profundo, algo

sorprendidos de la visita tan intempestiva de los señores

policia–

nos,

y penetrados del peligro inminente en que se encontraban,

comprendieron que habia que tomar una r esolucion cualquiera

y obrar rápidamente. Y así lo hicieron, ocurriéndoseles el me–

dio chistoso á la vez que ingeniosísimo que vamos á r elatar.

El Capitan Salvatierra observa minuciosamente la habitacion

y descubre con alegria inmensa, que gebajo de la solera del ran–

cho estaba socabada la pared hasta el punto de poder dar paso

á un hombre arrastrándose por el suelo. Les hace notar esto á

sus

compa~eros

y viendo en ese momento un cencerro , tan ge–

neral en las estancias, colgado de un clavo en la pared, se le ocu–

rre la idea de ponérselo al cuello y, como vulgarmente se dice

en cuatro piés, salir todos por el sócabo, y protejidos por la oscu–

ridad de la noche y balando á imitacion de las ovejas cuando

les llueve encima, llegar hasta cierta distancia de los ranchos.

Puesto en práctica el pensamiento consiguen evadirse con toda

felicidad, llegando hasta donde estaba el Coronel Estomba, que

á toda prisa mandó ensillar y se preparaba para darles la r e–

vancha á los que con tanta confianza estaba gozando, en fogon

enemigo, delas delicias de un buen fuego en una noche cruda de

invierno; pero despues de sistió de su propósito, concretándose

únicamente á mudar de campo, pues refl exionó que no les <;:on–

venia hacerse sentir, porque les harian una persecucion tenaz,

y por otra parte hubiese sido comprometer á Seijo, que con tan

buena voluntad se prestaba á darles asilo seguro en sus montes;

y á la noche siguiente salieron de aquel r ecodo que hace allí el

Uruguay y tomaron rumb o directo al paso del cerro del Quegnay.

Ese dia se les incorporó el capitan Gil Lopez y tomaron

en el monte al alfer ez Mamerto (conocido por el toro de Paysandú)

matrero de profesion y conocido de todos, pues babia servido en

las filas del P artido acional con el Coronel D. Emilio Raña y fué

uno de los

bomberos

que tuvieron los defensores de Paysandú.

El

Toro

les vino de perill a, pues sumamente práctico de aque–

llos parajes, fu é el baqueano de confianza que llevaron.