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para conceder el armisticio,

y

el G eneral B atll e no se con

formó con mandarle una so la órden, sino que le e nvi ó dos

telegramas al Obispo concediéndole lo q ue p edi a

y

dirig ió

otros dos á los J efes de su ejér cito, uno ig ual al qu e le

habia mandado á íonseñor Vera

y

e l otro r efi rié ndo e á los

pliegos cerrado

d e q ue t rat a ámp liame nt e el Sr. Ach a e n

los artículos que h emo t ranscrito e n uno de lo s capítulos

anteriores.

El Sr. Obisp o e nvió inmedia tament e e t os telegramas al

General Castro

y

al Co ronel O rdoñez,

y

como no tuviera

contestacion, volvió á escribirl es e l dia 17, co ntesta ndo aque –

llos con la infame traicion d e ataca r a l ejé rc ito r e volu ciona–

rio en Manantiales, cuando, como er a natural qu e sucediera, se

hallaba este confiado en las p romesas

y

las órde nes del falaz

Presidente de Montevideo.

Ya sabemos cual fué el funes to res ultado de esta otra te ntativa

de pacificacion¡ mi entras tanto en Montevideo se cr eia por todos

que la paz se r ealizari a es ta vez. Lo s diar ios la proclama–

ban entusiasmados, el público la deseaba

y

hasta se designa–

ban las persona s qu e compondrian la Comision que se de–

cía nombraria el gobi erno, d esignándose á los Sres. D. Ezequiel

Perez, D. Juan Migu el Martin ez, Tomás Tomkinson y D. Ale–

jandro Magariños Cervantes. El Sr. Avelino Ler ena, que se

encontraba en el puerto procedente de Bue nos Air es, bajó á la

ciudad por invitacion del Capitan del Puerto; su hijo D. Carlos

Ambrosio, comisionado por la r evolucion para hacer conocer

al gobierno las bases de Ja pa z había t ambien ll egado á Mon–

tevideo y el Sr. D. R ector Varela, Preside nte de la Comision

Popular, encargado de v elar p or los atacados de la fiebre

amarilla que habia di ezmado la poblacion de Buenos Air es,

y

que

á

la sazon s e encontraba en Montevideo acompañado de

otros miembros de dicha Comision, dirijíale á Batlle una carta

patriótica ofreciéndole s us servi cios para coadyuvar por la

realizacion de la paz.

P ero todo fracasó , recibiendo con indignacion todo el"pu eblo

oriental la noticia d e la traicion que se habia consumado. El

único defen sor que tu vo aquella vill a na a ccion, triste nos es

decirlo, fué el ilustr ado Dr. D. José P edro Ramir ez, que como

en la traicion de Corralito, d efendió en

El S iglo

á

los traidores.

El Sr. Obispo, descorazonado completamente,

y

burlado

vergonzosamente por el gobierno de Batlle, regresó enseguida