- 244 -
para conceder el armisticio,
y
el G eneral B atll e no se con
formó con mandarle una so la órden, sino que le e nvi ó dos
telegramas al Obispo concediéndole lo q ue p edi a
y
dirig ió
otros dos á los J efes de su ejér cito, uno ig ual al qu e le
habia mandado á íonseñor Vera
y
e l otro r efi rié ndo e á los
pliegos cerrado
d e q ue t rat a ámp liame nt e el Sr. Ach a e n
los artículos que h emo t ranscrito e n uno de lo s capítulos
anteriores.
El Sr. Obisp o e nvió inmedia tament e e t os telegramas al
General Castro
y
al Co ronel O rdoñez,
y
como no tuviera
contestacion, volvió á escribirl es e l dia 17, co ntesta ndo aque –
llos con la infame traicion d e ataca r a l ejé rc ito r e volu ciona–
rio en Manantiales, cuando, como er a natural qu e sucediera, se
hallaba este confiado en las p romesas
y
las órde nes del falaz
Presidente de Montevideo.
Ya sabemos cual fué el funes to res ultado de esta otra te ntativa
de pacificacion¡ mi entras tanto en Montevideo se cr eia por todos
que la paz se r ealizari a es ta vez. Lo s diar ios la proclama–
ban entusiasmados, el público la deseaba
y
hasta se designa–
ban las persona s qu e compondrian la Comision que se de–
cía nombraria el gobi erno, d esignándose á los Sres. D. Ezequiel
Perez, D. Juan Migu el Martin ez, Tomás Tomkinson y D. Ale–
jandro Magariños Cervantes. El Sr. Avelino Ler ena, que se
encontraba en el puerto procedente de Bue nos Air es, bajó á la
ciudad por invitacion del Capitan del Puerto; su hijo D. Carlos
Ambrosio, comisionado por la r evolucion para hacer conocer
al gobierno las bases de Ja pa z había t ambien ll egado á Mon–
tevideo y el Sr. D. R ector Varela, Preside nte de la Comision
Popular, encargado de v elar p or los atacados de la fiebre
amarilla que habia di ezmado la poblacion de Buenos Air es,
y
que
á
la sazon s e encontraba en Montevideo acompañado de
otros miembros de dicha Comision, dirijíale á Batlle una carta
patriótica ofreciéndole s us servi cios para coadyuvar por la
realizacion de la paz.
P ero todo fracasó , recibiendo con indignacion todo el"pu eblo
oriental la noticia d e la traicion que se habia consumado. El
único defen sor que tu vo aquella vill a na a ccion, triste nos es
decirlo, fué el ilustr ado Dr. D. José P edro Ramir ez, que como
en la traicion de Corralito, d efendió en
El S iglo
á
los traidores.
El Sr. Obispo, descorazonado completamente,
y
burlado
vergonzosamente por el gobierno de Batlle, regresó enseguida