- 243
-~
El dignísimo Prelado aceptó incontinente tan noble mision,
apersonándose enseguida al Presidente de la República, quien
en presencia de sus Ministros y por habérselo pedido así el
Sr. Obispo, declaró solemnemente que renunciaba á la exigen–
cia del
sometimiento de los revolucionarios
á
sit au.toridad,
conviniendo en decretar la suspension de hostilidades y en
nombrar una Comision inmediatamente que la revolucion nom–
brase la suya, aceptando el paraje que se designara para cele–
brar las conferencias de ambas comisiones, que dieran por re–
sultado el acuerdo necesa rio para celebrarse la paz.
Bajo estos auspicios tan alhagüeños, emprendió viaje el se–
ñor Obispo, acompañado de los Sres . Nicolás Zoa Fernandez
y Juan Quevedo, y el Sr. Yéregui, este último como Secreta–
rio del primero, sali end o de Montevideo el día 11 de Julio,
pernoctando en San José el dia 12 y llegando al ejér cito re–
volucionario, que estaba acampado en Guaycurú, el 13, donde
fu é recibido con grandes aclamaciones de entusiasmo y aprecio .
El día 14, hab iendo marchado el ejército para las puntas del
Rosario, conferenció el Sr. Obispo con el General Aparicio,
aceptando este en seguida la nueva tentativa de paz, y al efec–
to nombró la Comision que debía entender e con la que nom–
brara el Gobierno, componi éndose ella de los Sres. Estanis–
lao Camino, Avelino L erena, Joaquín Raqu ena (hijo), Am–
brosio Lerena, General Egaña y Dr. Jo sé Gabriel Palomeque;
conviniéndose tambien en la suspension de hostilidades y que
el paraje p a ra reunirse las comisiones seria el pueblo de las
Piedras. Ademas el General Aparicio comisionó como paso
prévio al Dr. Ambrosio Lerena para que bajase á Montevideo
é hici era conocer al General Batlle bajo que condiciones se
haría la paz.
D espues de celebrada esta conferencia, el Sr. Obispo se
retiró para Santa Clara de Monzon, de donde escribió dos no–
tas para el General en Jefe del ejército del Gobierno, D. En–
rique Castro, y para el Ministro de la Guerra en Campaña,
Coronel D. Trifon Ordoñez, poniéndolos en conocimiento de su
mision y pidiéndoles un armisticio á lo que se negaron rotun–
damente estos señores, manifestando que les era de todo pun–
to impo ib le acceder
á
ese pedido sin la órden e presa del
gobierno, de quien dependían.
En vi ta de e ta con t e tacion, Monseñor Vera telegrafió al
Gobierno pidiéndole la órden que exigian sus subordinados