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ron los Dres. Herre ra y Ramirez y el Coronel Estomba, sobre
este y otros tópicos, las insertamos al final d e este capítulo.
Su lectura enterará á nuestros lectores mucho mejor que todo
lo que podriamos decir al r especto .
El ejército revolucionario siguió acampado entre las Tarari–
ras y el arroyo de las Cañas hasta fines de Febrero, no habien–
do hecho otra cosa durante este tiempo que mudar campo cada
dos ó tr es días par.J. proporcionarle pasto á las caballadas. La
vanguardia, q;ue la mandaban los Coron eles Muñoz y Nuñez
seguia la mis'ma evolucion, cambiando s u campamento entre
los puntas del Cordobes y el arroyo de la Lechig uana.
El aburrimiento que se apoderó de los nacion a listas, debido
á
la ociosidad forzada del campamento y al t emor, hasta
cierto punto fundado, de que nunca se t erminaría la guerra, fué
inmenso. Muchos sentian no h aber salido con las espediciones
que s e h allaban en Melo ó en otros puntos, aunque hubie–
ran tenido que pasar las peripecias que constantemente se
tenián noticias por los chasques ó por las fuerzas que se incor–
poraban al ejército: todo lo hubieran preferido á aquella inmo–
vilidad, que solo se interrumpía caminando una media legua
cada dos ó tres dias al paso d e las cabalgaduras para cambiar
de campo, hacer
ranchitos
d e ramas en cada uno de estos cam–
pamentos, pues el lujo de carpas solo se lo daban los Generales
Aparicio y Medina, lava r sus
cacharpas,
ir
á
la
carneada
y ju–
gar á las carreras
ó
á
la
taba .
Esto era todo lo que se hacia en aquellos dichosos campa–
mentos de las Tarariras, donde parecia que hasta los clarines
cuando tocaban
atencion
ó
silencio,
ó
á la
carneada,
ó
á
caba–
llo,
ó
marcha,
decían en sus écos tristes y plañideros
tara–
rira, tara-rira.
Y que diablos, decían los nacionalistas, noso–
tros hemos venido á la revolucic n para pelear y no para estar
engordando
con las vacas de los pobres estancieros.
Sin embargo, aquella estadía era forzosa, hubo la necesidad
de reorganizar el ejército, y para esto era n ecesario permane–
cer tranquilos y no andar
á
salto d e mata como generalmente
andaban los revolucionarios.
Al t erminar el mes de Febrero, habiendo recibido er.:1. los dias
18 .y 21 cuatro carretas con municiones que, d esde Melo con–
ducía el Coronel Acosta, resuelve el General Aparicio al ejarse
de aquellos aburridores parajes, y emprende la marcha en los
últimos dias de dicho mes en dir eccion al Durazno.