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de ellas era referente al cigarro, que tanto escaseaba en aque–

lla campaña.

i el que encendía un cigarro no d ecía fuerte para

que todos lo oyeran:

p ito el 11tio hasta acabar,

cualquiera tenia

derecho

á

dar dos ó tres fumada , con solo decir:

pito el siiyo

conipafier<J.

De e sta ley ni el mismo Gen eral Aparicio se salvó .

La otra cos tumbre era en la carneada. Como se paraba

ro–

deo

en el medio d el campo y los enlazadores pen etraban den–

tro del ganado d e donde lo sacaban fue ra para matarlo, había

la necesidad de d esjarr etarlo primero por tratarse de anima–

les ariscos. El que p rimero to caba con su machete las patas

del animal, era el p ropi et ari o r espetado d e la leng ua, manjar

muy codiciado para comerlo fiambr e asado en las marchas.

En ciertas épocas de la campaña del 70 llegó

á

t al extr emo

la pobreza de los r evo lucionarios, que h emos visto por nues·

tros propios ojos

á

muchos infantes vestido s casi con cueros

de carnero, y alg unos descalzos ó con bota de potro y sin

ponchos.

Debido

á

esta mi seria t ambi en, y no teniendo otro

r ec~rso

los soldados para p oder conseguir algunos r eales

á

fin d e com–

prar un trago de caña ó un

naco

de tabaco

á

los vivanderos,

que co rtarl e la cerda

á

los caballos y vendé rsela

á

estos ne–

gociantes en cambio d e .las pequeñas dósis qu e les daban d e

aquellos a rticulos, llégó un momento en que no quedó e n el ejér–

cito un solo caballo con cola ni crin es. Con es te motivo se die–

ron órdenes muy curiosas, en tre ellas una en Batoví el 1° de

Octubre del 71, q ue prohibía bajo pena de 50 azotes y desti–

nar los infractores

á

la infantería , el rabonar ó tuzar

á

los ca–

ballos.

Para probar hasta donde llegaba la moralidad y rigidez del

ejército, cita r emos, entre otras ó rd enes gen eral es,

á

las sig uien–

tes, que e r eiteraban constantemente:

S e p enaba con la muer te al q ue se encontrase en e l campo

carneando con cuero. En el paso de Pereira del Río Negro, des–

pu es de la batalla del Sau ce, se ejecutaron

á

dos soldados enci–

ma d e las r eses r ecien carneadas.

Era enviado

á

la infanteria y rebajado de su g rado si era

oficial, al que se le encontra ra haciendo

volteadas y boleadas de

caballos, ó que los t omaran de las estancias sin el permiso de

sus dueños.