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do un nutrido fu ego y enviando un chasque á su j efe el Ge–

neral Medina, avisándole

lo que ocurría, cuya noticia elevó

éste inmedia t amente á conocimie nto del General en' j efe.

Y Suarez continuaba marchando hasta traspon er compl eta–

mente

la

líneas y

los fu egos se apagaban completamente,

llegando los chasqu es al c ua rtel General trayendo la noticia

primero «que el en emi go intentaba escaparse,;> despues «que

se escapaba,» y, por último, «que se había

escapado ~ .

Mientras tanto, ¿qué hab ía h echo, qué hacia el General Apa–

ricio? Qué era lo que opinaba, qué contestacion daba á estas

comunicacion es ? Nada hizo; parece imposible, pero ninguna

disposicion tomó, y, seg un dicen, no qui so creer t ampoco en

aquellos partes, diciendo

qite era el miedo qite los hacia ver

visiones.

Esta estraña conducta, como no podía por menos, produjo en

sus filas un g r an d esconte nto: máxime cuando acababa de levan–

tarse el siti o de Montevideo por una imprevision análoga, y

tambien por las mismas

imprevision es, hij as todas de una

confianza exagerada, no se hab ian apr ovechado , como debie–

ron aprovecharse,

los

esplénd ido.

triunfos de Severino y

Corralito. Al otro dia, cua ndo todos se convencieron de la eva–

cion d e

uarez, el disg usto y la trist eza se veían mar cadas en

todos los semblantes .

Fué tal la sorpr esa que produjo en todo el ej é rcito la fuga

del contrario, que muchos tuvieron la n ecesidad de palpar la

r ealidad trasport ándose hasta donde había estado s u campamen–

to. Debido á est a circunstancia y al estupor qu-e le causó el he–

cho al mismo General Aparicio, y no, como dice el Genera l

Suarez, porque h ubiera s ufrido n ada ese ej é rcito en la noche

anterior, en que apenas tendría dos ó tres bajas en las guerri–

ll as que hul ieron;

fu·

que r ecien empezó la persecucion á los 9

de la mañana saliendo de vanguardia la division de Ferr e r y el

e cuadron d el Comandante Ge rvasio B urgueño, q ue emp r en–

dí ron la marcha a l trote y gal ope

iguiendo el rastro de los

enemigo , t omando en el camino una infinidad de infantes ita –

liano

nganchados que quedaban rezagados y vari as carre–

ta

que habían abandonado aquello en su precipitada fuga, lle–

gando ha ta el pueblo de Pando, donde guerrillaron

á

una

p a rtida que se encontraba en las orilla del pueblo y que huyó

al aproximar e las fuerzas nacionali tas dejando en el campo un

apita n y un

oldado mue rtos. El ejército marchó tambien