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Las fuerzas qne d efendi an ese di a las guardias del canton
llamado <Sorchantes,» situado en el si tio de ese mismo nom–
bre en la calle
n~al
de la Union, y en el de la Aldea, por cuyos
dos puntos avanzaron las tropas de Montevideo, se compon–
drian de unos 120 hombr es, distrib ui dos de es ta maner a : 60
hombres d e caballeria en la Aldea al mando del Comandante
Gervasio Burg ueño, y 45 infantes y 20 soldados de caball eri a en
lo de Sor chant es, bajo las órdenes del Comandant e D. Juan
Antonio Estomba. La guardia del Ar royo Seco la componia el
escuadra n de Pintos Baes , á las órdenes de l Co ronel Pizard.
El Comandante E stomba, dos horas ant es de presentarse el
enemigo, recibió un aviso que le enviaba desde Montevideo un
Sr. Cibils, diciéndole que las fu erzas sitiadas estaban formadas
en la plaza Constitucion, fr ente al Cabildo, prontas
á
salir por
~a
calle 8 de Octubr e hasta la villa de la Union, con el fin deliberado
de levantar el espíritu de sus tropas , decaído con tantas derrotas
sufridas en el curso de la r evolucion y por último conclui–
das de abatir con la so r prendente toma del Cerro. El Coman·
dante E stomba, en virtud de es ta noticia, pr ep aró su defensa
hasta tanto r ecibiera órdenes par a r etirar se, y ·comunicó por
r epetidas veces á los dos j efes de línea, de qui en es dep endía
aquel dia aquella g ua rdia, el movimiento de las fu erzas enemi–
gas. P ero como estos parece no hi cieron caso , cr eyendo, como
siemp re ha pasado con la mayo r parte de los j efes, en esa campa–
ña que no se atr everia á atacarlos el enemigo, el jefe del can ton
se decidió á obrar por su sola cuenta ,enviando sin embargo su
último parte con el Mayo r Pascasio Bergara, det erminándose
en seguida á d esalojar el punto, pero, como lo hace todo solda–
do que conoce s us deber es, desp ues de haber descargado sus
armas sobr e el en emigo .
Presentádose éste, como lo decía el aviso, el Comandante
E stomba, que lo esp eró fi rme en el canton , cuya defensa eran
unos parapetos de ladrill os acumulados simplemente sin mezcla
de ning una especie, lo dejó avanzar hasta dos cuadras de dis–
tancia, donde ya las balas de unos y otros combatientes se cru–
zaron haciéndose bajas mútuamente.
Desp ues de haberse p r oducido este ftJ,ego momentáneo, el
jefe r evolucionario creyó á salvo su r esponsabilidad y que
podía r etirar se sin fa ltar á sus deberes: pero cuando quiso
hacerlo fué ya tarde, pues se encontró flanqueado y envuelto en
la carga formidable del número de sus adversarios, consiguiendo