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LORD MACAULAY.
que habían tratado de fundar un gran imperio inglés
en el continent.e. El ob¡;;tinado valor de que diera
muestras en medio de los desastres, le había hecho
objeto de interés más vivo del que habían inspirado
capitanes afortunados,
y
su muerte proporcionó una
escena sing ularmente conmovedora
á
una de las
obras de nuestro t atro primitivo. Por espacio de dos
siglos su posteridad ha.bía brillado, acumulando todo
linaje de honores. En tiempo de la Restauración era
jefe de la familia, Francisco, undécimo Conde, que
profesaba ·la religión católica. Su muerte fué acom–
pañada de circunstancias tales, que aun en los licen–
ciosos tiempos que sig·ui eron inmediamente á la caída
de la tiranía puritana, habían insp irndo á las gentes
horror
y
lá tima. El Duque de Buckingham, en el
curso de sus mudables amores, se si ntió por un mo–
mento atraído por la Condesa de Shrewsbury.
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le
fué difícil conquistarla. El marido desafió al galán,
y
murió en el duelo. Algunos decían que la abandonada
amante presenció el combate, vestida de hombre, y
otros que estrechó contra su pecho al victorioso seduc–
tor, cuya camisa aún goteaba sangTe de su esposo .
Los honores
y
dig·nidades del asesina<lo aristócrata
pasarnn
á
su hijo Carl os, todavía niño. A medida que
el huérfano crecía y se bacía hombre, notábase gen e–
ralmen te que entre los jóvenes aristócratas ninguno
fuera tan ricamente dotado por la naturaleza. Era su
figura seductora, su carácter sing ul armen te dulce
y
estaba dotado de cualidades tales qu e,.
á
haber nacido
en humilde cun a, hubieran bastado á elevarle á la
cumbre de la g-raudeza. De tal modo había desarro-
liado estas dotes, que antes de ll egará la mayor edad
era mirado como uno de los más cumplidos caball -
ros
y
más sabios eruditos de su tiempo. De la exten–
sión' de su cultura dan testimonio las notas que aun