REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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pero que no se hapían vuelto á ver en tiempo de su
sucesor. Habían reemplazado
á
la mayor parte de
3quellos
squires
torlei> y de aquellos hambrientos cor–
tesanos que hablan
~ido
elegidos en multitud al Par–
lamento de 1685, individuos del antiguo partido na–
cional, los que habían arrojado á la Cábala del poder
y habían hecho pasar la ley del
HalJeas
Coi'JJUS,
y ha–
bían enviado á Jos Lores el
bitl
de '.exclusión. Est:ba
entre ellos Powle, versadlsimo en Ja historia y legis–
lación del Parlamento, y distinguido por aquella elo–
cuencia especial que se requiere cuando cuestiones
de gran importancia se presentan solemnemente á Ja
~onsideración
de las asambleas. También se veía alli
á
sir Tomás Littleton, gran conocedor de la política eu–
ropea
y
dotado de vehemente é incontestable lógica,
que muchas veces había vencido el cansancio de la
Cámara y decidido el éxito del debate cuando des–
pués de una larga sesión·se habían ·encendido laslu–
ées. Aill estaba .Guillermo Sacheverell, orador par–
lamentario de tan excepcionales dotes, que muchos
años después era tema favorito de conversación entre
los ancianos que alcanzaron las luchas de Walpole
y
Pulteney (l) . Al lado de estos hombres eminentes
figuraba sir Roberto Clayton, el más rico comer–
ciante de Londres, cuyo palacio en la antigua Ju–
dería, sobrepujaba en esplendor á las aristocráticas
mansiones de Lincoln's Inn Fields y Convent-Gar–
den, cuya quinta entre las colinas de Surrey, era des–
crita como un jardín del Edén, cuyos banquetes
competían con los de los Reyes, y cuya bien em–
pleada munificencia, demostrada aún por numero–
sos monumentos públicos, le había valido en los
anales de la City lugar no aventajado más que por
(11 Burnet,
1,
389.
y
las notas del Presidente Onslow.