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LORD MACAULAY.

que la realeza existiera en perfecta armonla con nues–

tras libertades, no habría de invocar titulo más alto y

venerable que aquel

á

que debemos la libertad. El Rey

será entonces

á

los ojos del

p~eblo

un magistrado, un

gran magistrado sin duda, y

á

quien debe honrarse

por todo extremo, pero sujeto como todos los demás

DJillgistrados

á

la ley, y derivando su poder del cielo,

en el mismo sentido que los Lores y los Comunes

podrían atribuir al suyo el mismo origen. La mejor

manera de efectuar tan saludable cambio sería inte–

rrumpir el curso ordinario de sucesión. Bajo sobera–

nos que considerarían casi como alta traición el con–

denar la resistencia y ensalzar la teoría del gobierno

patriarcal ;

b9.jo

soberanos cuya autoridad, emanando

de las resoluciones de ambas Cámaras, no podría nun–

ca invocar origen más alto, no habría peligro de opre–

sión tan grande como la que había obligado

á

dos

generaciones de Ingleses

á

levantarse en armas con–

t ra dos generacione'3 de Estliardos. Fundados en tales

razones, estaban dispuestos los whigs á declarar el

trono vacante,

á

proveerlo por elección y á imponer al

Prlncipe electo condiciones tales que asegurasen al

pals contra el mal gol)ierno.

XXXIII.

REÚNESE LA CONVENCIÓN.!-PR.INCIPALES JEFES EN LA

CÁMARA DE LOS COMUNES.

Era llegado el momento de resolver tan grandes

.cuestiones. El 22 de enero, al romper ol dla, los repre–

sentantes de los condados.y distritos llenaban la Cá–

mara de los Comunes. Veíanse en los bancos muchas

caras bien·conocidas durante el reinado de Carlos II,