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zas el hecho bien conocido de que el Cuzco era el modelo que
procuraban copiar, en lo posible en-las nuevas ciudades que
en su imperio fundaban los Incas; hasta a los lugares muda–
ban nombre para q' se llamasen corno los de la Corte sagrada.
Pero todo intento de comparación se ha dificultado, has–
ta ahora, por lo que considerarnos equivocada interpretación
del muro curvo que forma el ábside de la actual iglesia de
Santo Domingo y por la rareza de paredes curvilíneas en los
edificios netamente incaicos, de las que sólo se pueden citar
contados ejemplos, siendo los más conocidos los de Pisac,
Machuc-Picchu y el Inca-pirca de Cafiar.
De la acertada interpretación del muro curvo que queda
de Coricancha y que todos acordes consideran corno la parte
del templo dedicado al Sol, corno el santuario por excelencia,
depende, a nuestro modo de ver, la recta comprensión de todo
el conjunto, que nos parece debió ser mucho más majestuoso de
lo que supone Lemann-Nitsche, quien cree «puede compa–
rarse con los edificios de una chacra: en ella galpones cons–
truidos hasta cierta altura de piedra maciza y más arriba de
adobe y cubiertos de
junco, alternan con edificios más
pequeños de la misma índole, ocupando todos un espacio
rectangular, pero la existencia de oro que otrora abundara
en Coricancha. y que fue saqueado por los conquistadores,
hizo célebre al templo, sin que su arquitectura hubiese con–
tribuido a este fin en grado alguno» (págs. 55 y 56) . Lo
que hoy queda de Coricancha, los cuartos que se suponen
fueron el adoratorio de la Luna y el Rayo, el precioso muro
curvilíneo (Lámina 11), las paredes de cerramiento; las im–
ponentes ruinas de Saxahuamna y Ollantaytambo prego–
nando están que los edificios de los Incas no eran sólo galpo–
nes buenos para una 1:hacra;
ademá~
no vernos en qué funda
dicho autor la suposición de que los muros que hoy vemos
hayan sido sócalos sobre los que se elevaban construcciones
de adobe, cuando én el mismo Coricancha pudo observar Jo
que en otros edificios incaicos, entre ellos en el Pal acio de
Callo se nota
(1)
y que demuestra palmariamente, que las
paredes íntegramente de piedra, labrada con primor, conser–
van su altura original; en efecto, a cierta distancia del suelo
hay-con frecuencia- piedras cilíndricas sobresalientes, en
las que se sujetaba el maderamen de la cubierta; en los edi–
ficios importantes ni siquiera Jos frontones laterales eran de
adobe, sino que en ellos se empleaban piedras talladas con
menor esmero (2).
(1)
Jtménez de la éspada.
El palacio del
Callo-
1V Congreso I n–
ternacional da AmericaniP.tas.
Madrid
1883, Vol. II, páge. 160-162.
(2)
jjingharr¡,
HiraJU.
In
tne wonderland of P erú-The Natioual
Geogmfical Magasíne. Vol.
XXIV.
Washington 1913, págs. 452, 453,
45ó,
&.