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-3-

zas el hecho bien conocido de que el Cuzco era el modelo que

procuraban copiar, en lo posible en-las nuevas ciudades que

en su imperio fundaban los Incas; hasta a los lugares muda–

ban nombre para q' se llamasen corno los de la Corte sagrada.

Pero todo intento de comparación se ha dificultado, has–

ta ahora, por lo que considerarnos equivocada interpretación

del muro curvo que forma el ábside de la actual iglesia de

Santo Domingo y por la rareza de paredes curvilíneas en los

edificios netamente incaicos, de las que sólo se pueden citar

contados ejemplos, siendo los más conocidos los de Pisac,

Machuc-Picchu y el Inca-pirca de Cafiar.

De la acertada interpretación del muro curvo que queda

de Coricancha y que todos acordes consideran corno la parte

del templo dedicado al Sol, corno el santuario por excelencia,

depende, a nuestro modo de ver, la recta comprensión de todo

el conjunto, que nos parece debió ser mucho más majestuoso de

lo que supone Lemann-Nitsche, quien cree «puede compa–

rarse con los edificios de una chacra: en ella galpones cons–

truidos hasta cierta altura de piedra maciza y más arriba de

adobe y cubiertos de

junco, alternan con edificios más

pequeños de la misma índole, ocupando todos un espacio

rectangular, pero la existencia de oro que otrora abundara

en Coricancha. y que fue saqueado por los conquistadores,

hizo célebre al templo, sin que su arquitectura hubiese con–

tribuido a este fin en grado alguno» (págs. 55 y 56) . Lo

que hoy queda de Coricancha, los cuartos que se suponen

fueron el adoratorio de la Luna y el Rayo, el precioso muro

curvilíneo (Lámina 11), las paredes de cerramiento; las im–

ponentes ruinas de Saxahuamna y Ollantaytambo prego–

nando están que los edificios de los Incas no eran sólo galpo–

nes buenos para una 1:hacra;

ademá~

no vernos en qué funda

dicho autor la suposición de que los muros que hoy vemos

hayan sido sócalos sobre los que se elevaban construcciones

de adobe, cuando én el mismo Coricancha pudo observar Jo

que en otros edificios incaicos, entre ellos en el Pal acio de

Callo se nota

(1)

y que demuestra palmariamente, que las

paredes íntegramente de piedra, labrada con primor, conser–

van su altura original; en efecto, a cierta distancia del suelo

hay-con frecuencia- piedras cilíndricas sobresalientes, en

las que se sujetaba el maderamen de la cubierta; en los edi–

ficios importantes ni siquiera Jos frontones laterales eran de

adobe, sino que en ellos se empleaban piedras talladas con

menor esmero (2).

(1)

Jtménez de la éspada.

El palacio del

Callo-

1V Congreso I n–

ternacional da AmericaniP.tas.

Madrid

1883, Vol. II, páge. 160-162.

(2)

jjingharr¡,

HiraJU.

In

tne wonderland of P erú-The Natioual

Geogmfical Magasíne. Vol.

XXIV.

Washington 1913, págs. 452, 453,

45ó,

&.