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Para ·evitarme esto me concretaré a citar algunas pruebas de
la. ob¡;a ·que nos ocupa para que juzgue el lector por sí mismo
lo que resulta cuando' personas en lo demás muy respetables
y simpáticas se meten a lingüistas sin
tene1~
la preparación
seFia: que hoy día presupone la filología científica. Sería fal·
tarle el respecto a la Universidad de Buenos Aires y a su órgano
la Revista, abusar de estas páginas para demostrar lo infinita·
mente ridículo y profano de cada una de las etimologías del
vocabulario hebreo-kjechua-castellano del p. Mossi. Su método
de etimologizar se da continuamente de bofetadas no solo con
la ciencia moderna de esta espeéialidad, sino hasta con el sen·
tido común; su idea de la creación y evolución de las lenguas
corresponde al criterio de un infante unido al de.· su nodriza
campestre. Veamos.
En su «debut» el autor encontrándose con la primera pala·
bra de su traducción del drama Ollantay, no puede resistir a
la tentación de hacer la etimología hebrea de la inscripción
no-kjechua «escena ». He aquí sus palabras: «Escena : esta
palabra viene de la raíz hebrea '«chan», que en
piyel
se
muda en
chin,
en
hiphyil .se
muda en
hichin
que es la esce–
na castellana, la scena italiana. Para cuya inteligencia con· ·
viene saber que la
eh
hebrea se pronuncia de dos maneras,
ya como eh española, ya como eh francesa que es la sch ale·
mana; mas en sánscrito se pronuncia
skid
y en latín
scindere,
partir; de donde viene
scintillm·e,
partirse o esparcirse la luz.
En hebreo, pues,
schin
significa partir y
scheni
segundo o dos:
la escena, pues, significa parte, división, partición; y son las
particiones en que se divide la representación del drama».
Dejando a parte el estilo y .la interpunción infantij. de este
castellano que· será vicio del tiempo en que fué escrito, o des"
cuido del autor, todavía se puede decir de este pequeño ex·
tracto de estas inepcias que llenan un tomo grueso:
quot sen–
tentiae tot en·ores.
Primero no hay tal raíz hebrea
chan,
lo
que hay es
sanah
(en la transcripción completamente arbitra·
mente simpáticas a más no poder con los mismos rasgos de abnegación ciega y
entusiasta a los estudios de americanistas, a tal punto de descuidar lord K., todos
los demás intereses vitales, gastar su f01tuna propia y dinero ajeno en la impre•
sión de sus obras, yendo finalmente a parar en la cárcel por deudas. Murió en la
cárcel 1837. Asi que ambos autores han sacrificado gran parte de su vida e inteli–
gencia a un fantasma, tragándose todas las amarguras, peligros y privaciones que
trae aparejada la estadía prolongada
~ntre
los primitivos.