brica de paños en esta ciudad. Su tienda
de v·entas estaba situada en la actual calle
Potosí, conocida anteriormente con el nom–
bre de "Chirinos".
CHIRVECHES, ARMANDO
B uen poeta, escritor de derecho interna–
cional y catedrático. Pero es su prosa la que
más se rdieva y su elegante estilo y su hu–
morismo de buen gusto y su aristocracia
espiritual. Observador y analista profundo
y preciso de nuestras costumbres, trasladó
éstas a la novela, el género literario de su
predilección y de su mejor dominio. Pocos
escritores bolivianos conocieron tan bien la
técnica de la novela y supieron captar con
mayór exactitud las realidades de nuestro
medio. Una de sus primeras obras,
La Can–
didatura de Rojas,
ha sido traducida al
francés y publicada en folletín por "Le
Temps" de París. Y luego hay qu-e men–
cionar
La Casa Solariega,
La
Virgen del
Lago, Flor del Trópico,
y de poesía:
Año–
ranzas, Cantos de Primavera
y otros.
DíAZ VILLAMIL, ANTONIO
(1896- 1948)
L a muerte nos lo arrebató en momentos
en que iban a cerrarse las páginas d-e esta
monografía, obra suya. He aquí las huellas
de sus manos laboriosas y de su espíritu
organizador. La última de sus pasiones fué
ésta. Y fué tan grande ella, que, convertida
en inmensa hoguera, acabó de consumirlo.
Es poco decir: nos queda un recuerdo que
nunca habrá de perecer. Más justo es pro–
clamar: nos deja una lección que aprender
y seguir. En verdad, toda su vida fué una
enseñanza permanente de ser-enidad, de per–
fecto equilibrio de sus fuerzas interiores,
de estudio, de sembrador de idealismo lím–
pido y d·e lucha constante. Un espécimen
del varón que cada minuto se aproxima a
la perfección. Su mentalidad hallábase en
la posesión de sus plenitudes. Como el fru–
to que, en lo alto del árbol, alcanzó su ma–
durez. El fruto fué rendido por la muerte.
Espíritu proteico, se entregó, con brillan–
tes éxitos, al cultivo de diversas ramas de
la literatura. En los 'albores de su existen–
cia fué poeta, aunque él sonreía de sus in–
genuas rimas. Pero pronto descubrió sus
propios cauces. Catedrático, mostró el norte
a una generación de estudiantes de secun–
daria y universitaria. Llegó a ocupar las
más ·encumbradas posiciones del ramo. Pero
más que en las aulas, su función estuvo en
el gabinete del escritor. Fecundo, fecundí–
simo y siempre en curva de ascensión. Pri–
mero escribió, numerosos libros, para sus
alumnos. Luego puso el pie en el terreno
de la novela, en el del cuento, en el del
teatro. Hizo la vivisección de los tipos na–
cionales, sacudió los problemas sociales de
Bolivia, hizo culto de la patria, escudriñó
el pasado y abrió, amplias, las alas de su
ágil imaginación. Sus obras llegaron al al–
ma del pueblo, y allá han de supervivir. Es
difícil olvidar la tierna leyenda de la
Kan·
tuta,
flor a la cual Díaz Villamil devolvió.
dignidad y señorío; las intensas emociones
gozadas al asistir a las representaciones de
La hoguera,
y así con todas sus obras, cuya
enumeración nos resultaba muy extensa. Y
recientemente conocimos
La niña de sus
ojos,
la conmovedora historia de una dulce
maestrita del agro ...
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