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Iconografía 1ncaica

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Claro está que los Cronistas han tenido la mayor parte de la culpa.

En general, puede decirse que sus descripciones de la persona de un Inka

consisten en el repertorio de una vitrina de orfebrería, y de una orfebrería

semibárbara, adecuada al sentir artístico de MANCHO DE LEGUISAMO

(Garcilaso, III, 20): diademas de oro, pátenas de oro, corona, brazaletes}

rodela, cetro, etc., etc., todo de oro. Si uno se toma la pena de confrontar

esos textos uno con otro, pronto descubre que no se hizo más que repetir

ad

nausean~

las mismas frases, una especie de centón que se venía trans–

mitiendo a partir de un momento x, que señala el punto en que las Rela–

ciones de la primera hora, escritas por soldados y a ventureros que fueron

autores o testigos de la conquista, ceden el lugar a las Crónicas, propias

del período colonial. Debemos pensar, por una parte, que durante la época

genuina e independiente del reino cuzqueño, la estimación del metal áureo

y el concepto de su rareza no pudieron ser tan agudos, en un pueblo cuyas

ciudades poseyeron edificios revestidos de tejuelos de oro por dentro

y

por fuera (en el solo Cuzco había más de veinte, según XEREZ), y mal

podría deducirse que, para imponer la singular dignidad de su persona,

el Inka cubriese el cuerpo de chapas de oro, sabiendo que todos los per–

sonajes del séquito

traian tanta pateneria,

que

relucidn como el sol

(PEDRO

PIZARRO, en la descripción de la llegada del Inka a la plaza de Caxamarca).

Por la otra, es indudable que, después de la rarefacción de los metales

preciados seguida a la entrega del monstruoso rescate de Atauwallpa y

al saqueo del Cuzco, Pachacámac y Jauja, se produjo un cambio psico–

lógico entre los nativos, y una notable variación de su atavío. Durante

la efímera restauración de la monarquía, en el período llamado de Wilka–

pampa, el traje de los

kuraka-kuna

perdió en gran parte sus pátenas y

chapas, mientras el atavío del Inka, recargándose de metales, pagó su

tributo al contagio del oro.

Muy por encima de esas causas, se coloca el hecho que ninguno de

los Cronistas de la Colonia vió nunca a un monarca del Cuzco. Las des–

cripciones

de visu,

que naturalmente no pueden remontarse más allá del

último Inka, debemos buscarlas en las Relaciones de los Conquistadores:

FRANCISCO DE XEREZ, MIGUEL DE ESTETE, MANCHO SIERRA, PEDRO

SANCHO, HERNANDO y PEDRO PIZARRO, etc.; es decir, los contados per·

sonajes que, habiendo tomado parte activa en la gesta de Caxamarca,

refirieron por escrit9 lo que habían visto y hecho, ya para informar al

rey, ya para 'descargo de conciencia' como en su arrepentimiento tardío

escribe Mancho.

Las personas reales, en posesión de su entera dignidad, descriptas

por Españoles que las vieran con sus ojos no son muchas: la primera es

Atauwallpa y la última Titu Kusi Yupanki, el Inka rebelde de Willka-