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conografía

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ncaica

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los testigos dicen, con una parsimonia que notablemente contrasta con

la redundancia de los sucesivos Cronistas, que

''bes tía su persona muy

ricamente, con su corona en la cabeza y al cuello un collar de esmeraldas

grandes ..."

(PEDRO PIZARRO).

N

o quisieramos ir más allá de los sugerimientos que los textos encie–

rran. En cuanto al 'retrato' que adorna el frontispicio de esta obra, es

necesario advertir que de ningún modo hemos subyugado la inspiración

del Autor con sobrecargas de exigencias eruditas, aunque siempre lo hemos

acompañado en la difícil tarea de discernir los antecedentes genuinos de

los espúreos. Podemos decir, eso sí, que el sincero artista CARLOS A. DE

LA PALENQUE se ha propuesto, ante todo, forjar la imagen del hombre–

Inka} rehuyendo con disgusto la idea del Inka-maniquí.

La obra está concebida como reconstrucción de la que habría

realizado- concediendo que dominara la técnica de la pintura -un

tradicionalista nativo que desease evocar, con dolorosa unción, la fi–

gura del Inka Pachakúteq, en los albores de la Colonia.

El estudio fisonómico se ha fundado en la observación de amplias

series de vasos-retratos peruanos, excluyendo las cabezas de rasgos

innobles. Siguiendo la huella de Sahuaraura, el artista De la Palenque

ha desdeñado la costumbre de los que piensan acrecentar el 'carácter

nativo' con la elección de complexiones

y

rostros indígenas de mayor

rudeza y más cruda primitividad. Esta conducta equivale a afirmar

que la continuidad en el poder, la permanencia en el rango social más

elevado

y

la selección nupcial no pudieron tener en el Perú los efec–

tos selectivos

y

ortogénicos que siempre

y

en todas partes se han

hecho visibles.