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J.
Imbelloni: Pachakuti IX
casos (véase, p. ej., el contraste entre el Pachakúteq de Herrera, el de Gua–
roan Poma y el de Ponce de León y derivados); y XI, que en lo referente
a las insignias, armas y vestiduras reales, el juego de las variaciones y aso–
ciaciones más atrevidas ha terminado por producir un gigantesco entrevero
de elementos históricos, tradicionales y fantásticos, sin hablar de las dis–
torsiones debidas a la improvisación, mala interpretación y escasa infor–
mación crítica de los pintores de los tiempos más recientes (medítese en
las transformaciones sufridas por el rompecabeza 'estrellado' en el 8° rey
de Herrera a causa de uh simple error de perspectiva, en la utilización
de ese error por el ingenioso De Bry, y en la atormentada deformación
final que el mismo objeto sufre en la figura del libro de
MORTIMER,
real–
mente irreconocible, con tendencia romántico-católica de intenciones
wagnerianas, encaminada a recalcar los figurines del
Parsifal.
Por último, nos conviene tomar en consideración la eventualidad
de que nuevos artistas se apresten a abordar la empresa, ambiciosa
y
a uri tiempo cautivante, de representar a una o a varias figuras de lamo–
narquía cuzqueña.
El Autor de estas páginas se ve en la necesidad de afirmar que, si
por un lado ha sentido la obligación de abordar con rudeza y sinceridad
crítica el problema de los nombres, número, sucesión e historiales de esa
monarquía, y, en lo de sus llamados retratos, ha discutido la fidelidad de
las fisonomías y las vestiduras, nunca - en cambio - osaría negar que
han existido esos reyes, y que su número, sucesión, nombres y hazañas
individuales constituyen un tema de singular atracción para toda persona
que ha puesto cerebro y alma en las cosas de América y del Perú. Creo,
además, que esas figuras logran excitar en sumo grado la curiosidad afec–
tiva de todos los que, por su educación y sensibilidad, están acostumbrados
a traducir las cosas y hombres memorables del pasado en imágenes plás–
ticas.
Cuando alguno de tales artistas- decíamos- se acerque a nuestras
páginas, hemos de decirle, con la experiencia que nos confieren nuestros
estudios y con la franqueza de quien ha seguido el idéntico impulso re–
constructivo, que no le aconsejamos abundar en guarniciones, adornos
y objetos de oro, y sí, primeramente, concebir su retrato con plenitud de
observación psicológica y aguda penetración "humana". Continuar inde–
finidamente la producción de 'retratos del Inka' con el simple artificio de
atestar de superficies metálicas amarillentas unas figuras de indígenas
más o menos desdibujadas e indiferentes, no reviste por cierto interés
alguno, ni artístico,
nj
histórico.