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236

J.

Imbelloni: Pachakuti IX

casos (véase, p. ej., el contraste entre el Pachakúteq de Herrera, el de Gua–

roan Poma y el de Ponce de León y derivados); y XI, que en lo referente

a las insignias, armas y vestiduras reales, el juego de las variaciones y aso–

ciaciones más atrevidas ha terminado por producir un gigantesco entrevero

de elementos históricos, tradicionales y fantásticos, sin hablar de las dis–

torsiones debidas a la improvisación, mala interpretación y escasa infor–

mación crítica de los pintores de los tiempos más recientes (medítese en

las transformaciones sufridas por el rompecabeza 'estrellado' en el 8° rey

de Herrera a causa de uh simple error de perspectiva, en la utilización

de ese error por el ingenioso De Bry, y en la atormentada deformación

final que el mismo objeto sufre en la figura del libro de

MORTIMER,

real–

mente irreconocible, con tendencia romántico-católica de intenciones

wagnerianas, encaminada a recalcar los figurines del

Parsifal.

Por último, nos conviene tomar en consideración la eventualidad

de que nuevos artistas se apresten a abordar la empresa, ambiciosa

y

a uri tiempo cautivante, de representar a una o a varias figuras de lamo–

narquía cuzqueña.

El Autor de estas páginas se ve en la necesidad de afirmar que, si

por un lado ha sentido la obligación de abordar con rudeza y sinceridad

crítica el problema de los nombres, número, sucesión e historiales de esa

monarquía, y, en lo de sus llamados retratos, ha discutido la fidelidad de

las fisonomías y las vestiduras, nunca - en cambio - osaría negar que

han existido esos reyes, y que su número, sucesión, nombres y hazañas

individuales constituyen un tema de singular atracción para toda persona

que ha puesto cerebro y alma en las cosas de América y del Perú. Creo,

además, que esas figuras logran excitar en sumo grado la curiosidad afec–

tiva de todos los que, por su educación y sensibilidad, están acostumbrados

a traducir las cosas y hombres memorables del pasado en imágenes plás–

ticas.

Cuando alguno de tales artistas- decíamos- se acerque a nuestras

páginas, hemos de decirle, con la experiencia que nos confieren nuestros

estudios y con la franqueza de quien ha seguido el idéntico impulso re–

constructivo, que no le aconsejamos abundar en guarniciones, adornos

y objetos de oro, y sí, primeramente, concebir su retrato con plenitud de

observación psicológica y aguda penetración "humana". Continuar inde–

finidamente la producción de 'retratos del Inka' con el simple artificio de

atestar de superficies metálicas amarillentas unas figuras de indígenas

más o menos desdibujadas e indiferentes, no reviste por cierto interés

alguno, ni artístico,

nj

histórico.