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J.
Imbelloni: Pachakuti IX
Wáqaq, su padre, que había huído de la ciudad, por terror del enemigo;
véase el párrafo 18 de la
III
Parte de esta obra. Esta pintura quedaba aún
visible en 1580, dice Garcilaso, pero quince años más tarde
"estaba muy
gastada, que casi no se divisaba nada de ella, porque el tiempo con sus aguas
y el descuido... la habían arruinado" . (Comentarios Reales,
V,
23; pág. 161,1).
Estos alegatos son de valor harto desigual. Mientras no puede du–
darse lo afirmado por Garcilaso, que- por otra parte- concierne a una
pintura sobre roca, una de n11estras llamadas 'pictografías' o 'litogramas',
dispuesta al modo expresionista y simbólico de la mentalidad india más
difusa, y tampoco podemos dudar con derecho del testimonio del P. Cobo,
quien vió personalmente en el Cuzco una "historia" dibujada en una tapi–
cería de
qompi
-
de cuya textual declaración surge la certeza que fué
obra de bordado o gobelino -
, mucho, en cambio, deploramos que los
alegatos
I
y
II
muestren una consistencia demasiado tenue para constituir
piezas probantes.
De seguro, no son imputables de negligencia los Comentaristas que
han escudriñado la arqueología y las crónicas con el fin de reunir el mayor
número de sustentos. Reconocemos, al contrario, que no han omitido in–
dicio alguno, por débil e indirecto que fuese. Así vemos que el atento
PIETSCHMANN saca provecho de una
ins~ripción
latina que se lee en el
cielo de un viejo grabado holandés (impreso por JANSSEN, de Amsterdam)
que representa la ciudad del Cuzco a vuelo de pájaro:
Delectantur incolae
rebus depictis
(sus habitantes son aficionados a los objetos pintados), la
que constituye ciertamente una ventaja ilusoria para su causa. Lo peor
es cuando, en esa misma pág. XLIII, Pietschmann invoca el éxito obte–
nido por el pintor peruano MONTEROS con su afamado cuadro
El funeral
de Atauwallpa,
sin meditar que esta tela, pintada en la ciudad de Flo–
rencia alrededor del año 1865 y teniendo por modelos mujeres del Arno
más bien que del Huatanay, muy poco dice en favor de la tesis. Tampoco
le sirve mucho alegar las pinturas de vírgenes y santos católicos que algu–
nos indios, pintores autodidactos, venden en Copacabana (Titicaca) a
los turistas que visitan la iglesia.
Conviene, a mi parecer, que la cuestión sea planteada nuevamente
y sobre otras bases; en primer lugar, con el auxilio de la critica filológica.
La equivocación ha surgido del hecho que los Comentaristas han olvidado
averiguar si ciertas expresiones usadas en los mencionados documentos,
como
pintura, pintado,
etc. tuvieron en los siglos XVI y XVII exactamente
el mismo significado y valor que tienen hoy en el lenguaje común. Leamos
un texto de esa época. Es de CIEZA DE LEóN, y no deja lugar para dudas:
"estas mujeres
-
escribe Cieza al hablar de la vida de las
aqlla-kuna
en
las casas de reclusión -
erar~ ~~~madas
mamaconas; no entendian en mas