Claro está, que las not1c1as sobre la procedencia de sus cantares,
poco o nada les interesan al individuo o al pueblo, para dar expansión
a las manifestaciones emotivas a que le impulsa la Naturaleza misma
igual que a los demás seres. El hombre canta, o hace música, o baila,
porque así se lo piden sus sentimientos, su estado anímico,
y
nada más.
Sin embargo, un pueblo que ya vive una vida superior a los prolegóme–
nos de su existencia rudimentaria; que ha despertado a una convivencia
más amplia y de relaciones más expansivas, es necesario que extienda
su vida en visión retrospectiva, para repasar el estado de sus orígenes,
no sólo etnológicos sino sociales,
y
así darse cuenta de las circunstancias
que incubaron sus actuales costumbres,
y
modelaron las artes hereda–
das que constituyen su acervo presente; en una palabra, el pueblo debe
tener conciencia de los caracteres de su cultura en el pasado, para
compararla con la del momento que vive, y así saber si ha sido capaz
de encauzarla por esfuerzo propio, o la debe a obra de extraños impulsos.
Estas
y
otras más poderosas razones establecen el imperativo de
acometer, por las vías del derrotero histórico y del estudio científico, el
descubrimiento
y
valorización del folklore; y, como acertadamente piensa
el esclarecido investigador doctor Orestes Di Lullo, "puede y debe
intentarse, con método racional, un estudio a fondo de estas fuentes,
para valorar no sólo el grado y
la
calidad de la cultura que nos tocó en
herencia, sino también saber si somos o no dignes de ella, pues, como
ocurre a menudo, acaso somos solo un fruto desmedrado de la planta
originaria o brotación mal dirigida y peor orientada" . . . "pues el fol–
klore de un pueblo es su acervo más precioso, lo que guarda celosa–
mente en su intimidad y donde hay que penetrar para descubrir algo
más de lo que vemos en su fisonomía y características exteriores."
Yo creo que todos estamos de acuerdo en que la esencia de un
pueblo, es decir, el alma que le presta su personalidad característica,
lleva por exponente la calidad de su producto folklórico, puesto que
es éste la expresión de su genio íntimo e inalienable. Pues, en tal sen–
tido, excavemos en el fondo de los años, acumulados sobre muchas
generaciones de los pueblos que integran las provmcias del Ncrte ar–
gentino, porque en ellas casi exclusivamente radican los más genuinos
tipos del arte musical criollo que encarna el alma dulce, suave y halaga–
dora del argentino puro.
Dentro de una atmósfera saturada de legendarios recuerdos, de
bellas tradiciones y de hechos heroicos que engalanan las páginas ele la
historia nacional, aquellos pueblos han conservado incólume las virtu–
des inconfundibles ele la argentiniclad de prosapia, en sus costumbres
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