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tes, satíricas y picarescas; esos "contrapuntos" de apariencias desdeñosas ;

los tristes, los huaynos y, en fin, esa infinita gama de canciones, guardan

una afinidad indestructible de las naturalezas homogéneas, con la

música

y

los cantares incaicos, sin que las modalidades superficiales

impuestas por el ambiente telúrico, o aqué1l as con las que barnizara

la influencia española colonial. sean un obstáculo impenetrable para

el sondeo de su fondo íntimo.

En la trayectoria que discurrieran las canciones nordargentinas,

desde sus remotas fuentes, al través de los tres siglos de la dominación

hispana en Sudamérica, también se encuentran las huellas de la música

popular peruana, en las mismas condiciones que aquélla, en el sentido

ele las adherencias

y

aditamentos adquiridos en el contacto fm.:zoso con

la lírica española, como si fueran indumentcs en el camino,

y

que no

han hecho más que recubrirle exteriormente, sin desnaturalizar su

espíritu genuino ; y, ahí están los renombrados yaravíes, los tristes, las

serenatas, los pasacalles, las despedidas, las marineras, las cuecas, las

zambas, etc., simples variantes unos, y filiales, más o menos inmediatos,

otros, pero todos brotados de las lejanas fuentes del cancionero incaico.

o del colonial peruano.

Para el investigador de las encrucijadas de la historia, especial–

mente por los derroteros del folklore, no son precisamente los detalles

ostensibles los que caracterizan la naturaleza de las manifestaciones del

alma popular, sino más bien su esencia, su factura interna, donde nece–

sariamente está palpitando su propiedad originaria que le especifica,

o a lo menos los sedimentos de las influencias dejadas por otros

elementos.

En este orden de ideas, encontramos también que socialmente ha

obrado el incanato en las regiones del Norte argentino, plantando

hondamente muchas costumbres de su ambiente, no tan sólo a manera

de influjo contagioso, sino en forma de un verdadero trasplante, como

es la práctica de visitar a los difuntos en sus tumbas, con manifestacio–

nes de una real consocialidad. El señcr Orestes Di Lullo, en su libro

"El Folklore de Santiago del Estero", relatando los detalles de la fiesta

de Sotelos, refiere que "Alrededor de las tumbas, señaladas por un

marco de quebracho colorado y una cruz de madera o de hierro, se

reunen los familiares del muerto, en alegres ruedas, bebiendo, comiendo

y

tomando mate. El aspecto del comentario no puede ser más pinto–

resco. Ponchos, jergas y mantas son extendidas en torno, y sobre los

cuales, rodeando las tumbas toman asiento les dolientes. No se observa

el menor signo de tristeza en sus rostros, antes bien, por el contrario,

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