EPíLOGO
De todos modos, el Perú
y
la Argentina, aunque políticamente su
unidad fuera truncada, la consenan en sus almas, en un íntimo y
secular vínculo que está vibrando al unísono, cuando nuestros pueblos
entonan sus yaravíes y sus vidalas, como rúbricas indelebles de un
eterno consorcio y de un inextinguible consenso de afinidad.
:iVIás aún, el exponente de esa unidad, no se encuentra sólo en
el
punto del arte musical, sino también en la historia, especialmente del
Perú y la Argentina, donde estas naciones tienen páginas comunes en
su esencia,
y,
en
el
lazo fntternal que les une, existen nudos gloriosos,
broches brillantísimos: José de San Martín
y
Roque Sáenz Pei1a, ambos
igualmente ciudadanos argentinos y ciudadanos peruanos.
Con razón el peruano en la Argentina
y
el argentino en el Perú,
no sentimos distinciones de patrias,
y,
ante la fuerza de nuestros mútuos
afectos, desaparecen las front<:'ras, ccmo desaparece la diferencia de
nuestras banderas en la albura de sus fajas centrales, como un símbolo
de unidad de sentimientos.