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orden del asiento de

aquella~

peñas y peñascos, v1meron

·a hacer una galana y vistosa labor.

Un sacerdote, natural de Montilla, que fué al Perú,

después que yo estoy en España, y volvió en breve tiem–

po, hablando de esta fortaleza, particularmente de la

monstruosidad de sus piedras, me dijo que antes de ver–

las, nunca jamás imaginó creer que fuesen tan grandes

como le habían dicho; y que después que las vió, le pa–

recieron mayores que

la

fama: y que entonces le nació

otra duda más dificultosa, que fué imaginar que no

pudieron asentarlas en la obra, sino por arte del demonio.

Cierto tuvo razón de dificultar el cómo se asentaron

en el edificio, aunque fuera con el ayuda de todas las

máquinas que los ingenieros y maestros mayores de por

acá tienen; cuánto más tan sin ellas, porque en esto

excede aquella obra a las siete que escriben, por mara–

villas del mundo; porque hacer una muralla tan larga

y

ancha como la de Babilonia, y un coloso de Rodas, y

las pirámides de Egipto, y las demás obras, bien se ve

cómo se pudieron hacer, que fué acudiendo gente innu–

merable, y añadiendo de día en día y de año en año,

material a material, y más material, eso me da que sea de

ladrillo y betún, como la muralla de Babilonia, o de

bronce y cobre, como el coloso de Rodas, o de piedra

y mezcla, como las pirámides; en fin se alcanza el cómo

las hicieron, que la pujanza de la gente mediante el largo

tiempo, lo venció todo. Mas imaginar cómo pudieron

aquellos indios sin máquina, ingenios, ni instrumentos

cortar, labrar, levantar y bajar peñas tan grandes (que

más son pedazos de sierra que piedras de edificios) y

ponerlas tan ajustadas como están, no se alcanza; y por

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