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hermosa calle del Sol. Ese palacio tocó a Hernando Pi–

zarro en la división de solares. A la

~spalda

de la casa

real del lnka Wiraqocha, estaba el dilatado barrio, co–

nocido bajo el nombre de

Hatun-kancha

con los pala–

cios del lnka Yupanki. Al Sud veíase

Pitka-marka,

ba–

rrio colorado, donde Tupaq Inka Yupanki fundó los

palacios de su

r~gia

morada. A la izquierda del arroyo,

junto a la plaza principal, y unida a éste por un puente

muy ancho de vigas cubiertas de losas estaba

Kusi-pata,

andén del regocijo, que se extendía a

lo

largo del río,

destinada a contener las casas reales de los futuros In–

kas. Seguía casi en la misma dirección

Inti-pampa,

la

gran plaza del Sol, donde recibían los sacerdotes las

ofrendas de la plebe, que no osaba ingresar al recinto del

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venerando Santuario.

Terminaba el interior de la ciu–

dad, hacia la parte meridional, el barrio de

Awaq-pinta,

donde estaban las fábricas de tejer.

Pero poco antes de este sitio, estaba el inmenso

Qori–

kancha,

barrio del oro, en cuyo centro descollaba el

fa–

moso

Inti-wasi,

casa del Sol, el más opulento de los ado–

ratorios americanos, el orgullo de la metrópoli y la ma–

ravilla del imperio de Tawantinsuyu. Este soberbio mo–

numento ocupaba un área considerable de más de

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metros en circuito, rodeado por una muralla de piedras

finas muy bien labradas. Por la unión de la techumbre

con las paredes, corría, tanto por la parte exterior del

templo, como por de dentro un friso de oro de palmo

y medio de ancho. El interior de este célebre santuario

de lnti-wasi era materialmente una mina de oro: cubrían

su techo lienzos de algodón primorosamente tejidos, con

bordados de diversos colores, que presentaban muy vis-

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