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las extremidades, llamadas

cuadradas,

con muchos de–

partamentos, destinadas a alojar la guarnición del Esta–

do. Esas

torres, unas con otras se comunicaban por

ciertas vías subterráneas, como también con las casas

r eales y el Templo del Sol. A poca distancia de la ciuda–

dela, hay un gran trozo de roca bastante oblicua, con

una concavidad muy pronunciada, conocido por la pie–

dra lisa del R od adero, para diversión de los habitantes

del Cusco, que dejándose resbalar, como en algunos jar–

dines de Rusia, se solazan en los alegres días de la Pas–

cua principal. Desde la mayor elevación de la fortaleza

se descubría una perspectiva encantadora, en que

el

agreste aspecto de la montaña, el floreciente verdor del

valle y el grillante panorama de la ciudad, que ocupaba

el primer término, formaban u n armonioso conjunto

bajo el azul turquí de estos cielos.

En el día de hoy, delante de esos interesantes recuer–

dos de la antigüedad inkásica se elevan tres cruces en

lugar del estandarte, que en tiempos remotos flameaba

indicando la r esidencia de los preclaros hijos del Sol.

Los barrios principales de los arrabales eran los si–

guientes: el más célebre

Qolqam-pata,

donde Manku

Qhapaq levantó su r egio alcázar, cuya magnificencia

puede calcularse en vista de una portada y algunas ga–

ritas de piedra fina de granito, que aún existen en la

plaza de la parroquia de San Cristóbal. Al Oriente es–

taba

Qantoq-pata,

andén de las clavellinas: pues las

habí a allí muy hermosas y fragantes. Contiguo a este

barrio venía

Pitma-k1,t,rku,

viga de gato montés; porque

a unas grandes vigas de ese lugar ataban las fieras de

los bosques, que presentaban al Inka antes de llevarlas

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