las hiladas que había encima de las que habían menester,
aunque fuesen diez o doce hiladas, o muchas más. De
esta manera echaron por tierra aquella gran majestad,
indigna de tal estrago, que eternamente hará lástima a
los que la miraren con atención de lo que
fué.
Derri–
báronla con t anta priesa, que aun yo no alcancé de ella
sino las pocas reliquias que he dicho. Las tres murallas de
peñas dejé en pie, porque no las pueden derribar, por la
grandeza de ellas; y aun con todo eso, según me han
dicho, han derribado parte de ellas buscando la cadena
o maroma de oro, que \Vayna Q hapaq hizo; porque tu–
vieron conjeturas o ra tros, que la habían enterrado
per allí.
D ió principio a la fábrica de aquella no bien encare–
cida y mal dibujada fortaleza, el buen rey Inka Yupanki,
décimo de los Inkas, aunque otros quieren decir, que
fué su padre P achakuteq Inka : dícen lo porque dejó la
traza y el modelo hecho, y recogida grandísima cantidad
de piedra y peñas, que no hubo otro material en aquella
obra. Tardó en acabarse m ás de cincuenta años, hasta los
tiempos de Wayna Qhapaq : y aún dicen los indios que
no estaba acabada , porque la piedra cansada la habían
traído para otra gran fábrica, que pensaban hacer, la
cual con otras muchas que por todo aquel imperio se
hacían atajaron las guerras civiles, que poco después
entre los dos hermanos Waskar Inka y Atauwaltpa se
levantaron; en cuyo tiempo entraron los españoles, que
las atajaron
y
derribaron del todo, como hoy están.
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