la alfalfa y
alcac~r,
en que son pródigos todos aquellos
habitantes. Además del copioso número de almas que
contiene la ciudad, que creo pasan de treinta mil, entran
diariamente de las provincias cercanas con bastimentos
y efectos más de mil indios, sin los arrieros de otras
partes. Así hombres como bestias comen y beben, y, por
consiguiente, dejan en ella las consecuencias, que se arras–
tran con las lluvias por medio del declive que hace esta
ciudad a los huatanayes y salidas de ella.
Este término
watanay
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equivale en la lengua caste–
llana a un gran sequión o acequias que se hacen en los
lugares grandes por donde corre agµa perenne o de lluvia
para la limpieza de las ciudades. La de Lima tiene infini–
tos, aunque mal repartidos. México tiene muchos bien
dispuestos, pero como está en sitio llano apenas tienen
curso las aguas, y es preciso limpiarlos casi diariamente
por los encarcelados por delitos, que no merecen otra
pena. Madrid, además de otras providencias, tiene sus
sumideros, y Valladolid sus espolones, que se formaron
del gran Esgueva, y así otras muchísimas ciudades po–
pul~sas
que necesitan estas providencias para su limpieza
y sanidad. El territorio llano no puede gozar de estas
comodidades, sino con unos grandísimos costos o expo–
niéndose por instantes a una inundación. Finalmente, la
ciudad del Cusco está situada juiciosamente en el mejor
sitio que se pudo discurrir.
No hay duda que pudiera dirigirse mejor en tiempos
de tranquilidad, y con preferencia de su soberano, pero
aseguro que los primeros españoles que la formaron tu-
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El Watanay está canalizado al presente.
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