50stenían, y se soltó por la cuesta abajo, y mató tres o
cuatro mil indios
d~
los que la iban guiando; mas con
t oda esta desgracia la subieron y pusieron en el llano
donde ahora está. La sangre que derramó, dicen que es
la que lloró, porque la lloraron ellos, y porque no llegó
a ser puesta en
el
edificio. Decían que se cansó, y que no
pudo llegar allá, por que ellos se cansaron de llevarla; de
manera que lo que por ellos pasó, atribuyen a la peña.
De esta suerte tenían otras muchas fábulas que enseña–
ban por tradición a sus hijos y descendientes, para que
quedase memoria de los acaecimientos más notables que
en tre ellos pasaban .
Los españoles como envidiosos de sus admirables vic–
torias, debieron sustentar aquella fortaleza, aunque fuera
reparándola a su costa para que por ellas vieran en siglos
venideros cuán grandes habían sido las fuerzas, y el
ánimo de los que la ganaron, y fuera eterna memoria de
sus hazañas; no solamente no la sustentaron, mas ellos
propios la derribaron para edificar las casas particulares
que hoy tienen en la ciudad del Cusco, que por ahorrar
la costa y la t ardanza y pesadumbre con que los indios
labraban las piedras para los edificios, derribaron todo
lo que de cantería pulida estaba edificado, dentro de las
cercas, que no hay casa en la ciudad que no haya sido
labrada con aquella piedra, a lo menos las que han la–
brado los españoles.
Las
piedra~
mayores q 1e servían de vigas en los sote–
rraños, sacaron para umbrales y portadas, y las piedras
menores para los cimientos y paredes: y para las gradas
de las escaleras buscaban las hiladas de piedra, del altor
que les convenía y habiéndole hallado, derribaban todas
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