La piedra no está labrada, sino tosca, como la arranca–
ron de donde estaba escuadrada.
~focha
parte de ella
está debajo de tierra: d ícenme que ahora está más me–
tida debajo de tierra que yo la dejé; porque imaginaron
que debajo de ella había gran tesoro,
y
cavaron como
pudieron para sacarlo; mas antes que llegasen al tesoro
imaginado, se les hundió aquella gran peña, y escondió
la mayor parte de su grandor; y así lo más de ella está
debajo de tierra. A una de sus esquinas altas tiene un
agujero o dos, que si no me acuerdo
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mal, pasan la es–
quina de una parte a otra. Dicen los indios que aquellos
agujeros son los ojos de la piedra por do lloró la sangre;
del polvo que en los agujeros se recoge, y del agua que
llueve y corre por la piedra abajo, se hace una mancha
o señal algo bermeja, porque la tierra es bermeja en aquel
sitio. Dicen los indios que aquella señal quedó de la san–
gre que derramó cuando lloró. T anto como esto afirma–
ban esta fábula, y yo se la oí muchas veces.
La verdad historial, como las contaban los lnkas
Amautas, que eran los sabios filósofos
y
doctores en toda
cosa de su gentilidad, es que traían la piedra más de
veinte mil indios, arrastrándola con grandes maromas.
Iban con gran tiento; el camino por do la llevaban es
áspero, con muchas cuestas agrias que subir y bajar: la
mitad de la gente tiraba de las maromas por delante; la
otra mitad iba sosteniendo la peña con otras maromas
que llevaba asidas atrás, porque no rodase por las cuestas
abajo,
y
fuese a parar donde no pudiesen sacarla.
En una de aquellas cuestas (por descuido que hubo
entre los que iban sosteniendo, que no tiraron· todos a la
par) venció el peso de la peña a la fuerza de los que la
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