' CARLOS CAMINO
.CALD~RON
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liciosas chirimoyas de Chiclíti. De pasabola diré que sin–
f'mbargo de ser afirmación inconcusa aquella de que cuñadas
y
pertas bermejas ¡pocas buenas!, la marquesa y Doña Ma–
nuelita no sólo se amaban entrañablemente, sino que pare–
c:an forjadas en la misma turquesa. Pensaban de igual ma–
nera, tenían gustos semejantes, y se parecían hasta en los
melindres ya que las dos eran de las quel comían con tenedor
las uvas ...
Habrá que tener presente el hecho ele que Doña Manue–
lita de Tuesta
y
Burga, no venía de caballeros de cuatro ce–
ps y dos yugadas de tierra, sino de hidalgos que ostentaban
león de oro ·con bandera de plata en campo de azur, y que
knían tierras no sólo en el ombligo sino en casi todo Caja–
marca.
Cuenta la tradición trujillana que cuando la negrita fi–
nalizaba la calle que iba del
Cabi~do
a la esqt1ina del Filan–
eón, fué detenida tpor m clérigo de apellÍido Ortecho que a
horcajadas sobre lustrosa nula, y provisto de sornl&rilla de
t-afetán verde, llegab ele. San Esteban, un barrio de los al–
rededore~
de la parr oquia
<le
Santa
Ana
~ue
además de $>P.r
muy húmedo y muy sucio, tenía la particularidad de que en él,
y
en determinadas éooGas del año, los pulperos
y
aguadores
rracticaban
la
·degollina,de -r:uanto perro vago había en la
cindacL
En ese barrio, el Padre Ortecho poseía huertas y plata–
nares,
y
se dedic9-ba a ·cebar cochinos convencido de que sin
dinero ¡no vale un cuatrín la vida! ...
- ¿Qué llevas e11J ese azafate) hija mía?-
preguntó el
t·everendo que no era varón de los que pasan la vida con
-d
pensamiento fijo en esas cosas que desnatan el entendimiento
y
carcomen el seso, sino en las que hacen caer la jeta
y
P.n–
gordar la tripa.
-¡Van chirimoyas qr¡,te manda de regalo mi mnita) la
marq'btesa!-.
-¡Ajá!
-dijo el padre Ortecho plegando la sombrilla,
y
empinándose s0bre los estribos para ver mejor lo que había
en el azafate:
- ¿Y a q1tién manda esas chirimoyas tu amita) la mar-
qt.tesa!-
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