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SERGIO QUIJADA JARA

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La estatura es de dos varas cabales, la cabeza inclinada

sobre el levantado pecho, la extensión de los brazos, el des–

~oyuntamiento

de los huesos, los que sin dificultad se pueden

contar,'la contusión del rostro, la rotura del costado, la defor–

midad que pasma, sin desmentir la gentileza y hermosura;

de modo que se echa de ver cuán bello fué este embeleso de

Israel, y cuánto destruyó la crueldad; todo contribuye a la

admiración; pero más que todo la inclinación de la cabe11:a.

descubriendo los tendones y nervios del cerebro, parte del hom–

bro derecho y la contra extensión del izquierdo. La Cruz es de

color madera, ladeada al lado derecho, siguiendo el peso del

difunto cuerpo, las espinas de la corona del color de juncos,

y una que le traspasa la frente sobre el ojo y ceja izquierda

con la mayor propiedad. La sangre roja; pero ya congelada,

y todo él un simulacro perfecto de un hombre gallardo, pero

muerto a tormentos. Pues todo este primor tiene por lienzo

una tosca, desigual y ruinosa pared.

·

Qué mano fué la que lo pintó y con qué fin? Nunca se

pudo saber. Los colores son carbón, zumo de yerbas verdes pa·

ra la Corona y bermellón para la sangre. Con materiales t an

rudos, en campo de cal, sobre toscos adobes permaneció este

prodigio por tiempos inmemoriales expuesto a soles, vientos

y

aguas, sin padecer la menor lesión: Sólo el pedazo de pared

donde está la devotísima efigie, está sana, y el resto tan cuar–

teada, que cabía el cuerpo de un hombre por cualquiera de sus

grietas; creciendo yerbas en los labios de las aberturas. En es–

~

lastimoso estado halló, ésta ara, don Pedro de San Martín

natural de Portugalete en el señorío de Vizcaya y vecino de

la villa de Huancavelica; cuando por los años de 1740 se re–

tiró con su consorte la señora doña María Rita de Zubizarre··

ta, con motivo de convalescencia. Luego que vió a aquél pri–

mor, determinó erigirle templo, en cuyos principios murió;

pero su viuda cuidó por sí, y después en consorcio de su se–

gundo esposo don Gaspar Alejo de Mendiolaza, dejó en per–

fecta conclusión. Enviudó segunda vez, desahogó su devoción

dejando el Santuario tan adornado, que sin que parezca pon–

deración, su iglesia es una de las más preciosas, y su sacris-