-55-
Es
de
suponer que más de una vez, el afligido
Quispe n1aldeciria la hora en que abandonara su
Chinchero~
para ir a
las n1inas de
Yanantin,
atraido, talvéz, por el no despreciable salario pro–
metido.
La
tradición dice
que
todo aquel día, pasó
Quispe .rezando Padre nuestros
y
ave Marías, las
únicas oraciones que sabia·, poniendo
en
n1anos de
·de·
Dios
y
de
la Virgen Santísima su suerte.
Y fué
a
tardecer de ese ·día mem'oraole en
la
historia del afortunado Diego, cuando .
se
obró
el
· prodigio.
·
Noto asombrado el .indio que algo de extraor.
dinario pasaba en
el
sítio de su escondite
y
era que·
a
1nedida que la noche cerraba su manto de tinie.
·blas sobre Ja tierra, la gruta se
ilun1~naba
con una
luz
suave que llenaba de encanto
su
retiro.
Y fué
entonees, cuando al pasar sus ojos
por
la roca del
fondo, descubrió sobre ella la figura de un hombre
de inirada du.lce
y
que fijaba en
él
sus ojos parter–
n·ales. Estaba casi <;ompletamente desnudo, junto
a un
trozo de columna destrozada, inclinado en
actitud de recoger
sus
vestidos,
y
de sus carnes
desgarradas por los azotes, hacía la in1presió11 de
que manaba abundante sangre.
La sorpresa en aquellos 1no1nentos, dice
la
tra-
. dición sacudióJe con tanta fuerza que no
le
per111i–
tia creer al afortunado indio lo que sus ojos veían.
I~uchó
consigo 1nis1)10 bastante
~y
tuvo que con–
vencerse por fin de la realidad del caso, cuando"
notó que los ojos
del
Señor le
n1i1~aban
con intensa
ternura, inspirándole al mistno ·tiempo una con–
ha nza grande.
Diego, fuera de si, ante el cuadro que
se
pre–
sentaba a su vista, cayó de rodillas en presencia
del Señor
y
juntando sus n1anos sobre el pecho
no supo decir otra cosa qlle repetir sus mal
a
pren.
didas oraciones; hasta
q~e
rendido por el
suefi.o,