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Es

de

suponer que más de una vez, el afligido

Quispe n1aldeciria la hora en que abandonara su

Chinchero~

para ir a

las n1inas de

Yanantin,

atraido, talvéz, por el no despreciable salario pro–

metido.

La

tradición dice

que

todo aquel día, pasó

Quispe .rezando Padre nuestros

y

ave Marías, las

únicas oraciones que sabia·, poniendo

en

n1anos de

·de·

Dios

y

de

la Virgen Santísima su suerte.

Y fué

a

tardecer de ese ·día mem'oraole en

la

historia del afortunado Diego, cuando .

se

obró

el

· prodigio.

·

Noto asombrado el .indio que algo de extraor.

dinario pasaba en

el

sítio de su escondite

y

era que·

a

1nedida que la noche cerraba su manto de tinie.

·blas sobre Ja tierra, la gruta se

ilun1~naba

con una

luz

suave que llenaba de encanto

su

retiro.

Y fué

entonees, cuando al pasar sus ojos

por

la roca del

fondo, descubrió sobre ella la figura de un hombre

de inirada du.lce

y

que fijaba en

él

sus ojos parter–

n·ales. Estaba casi <;ompletamente desnudo, junto

a un

trozo de columna destrozada, inclinado en

actitud de recoger

sus

vestidos,

y

de sus carnes

desgarradas por los azotes, hacía la in1presió11 de

que manaba abundante sangre.

La sorpresa en aquellos 1no1nentos, dice

la

tra-

. dición sacudióJe con tanta fuerza que no

le

per111i–

tia creer al afortunado indio lo que sus ojos veían.

I~uchó

consigo 1nis1)10 bastante

~y

tuvo que con–

vencerse por fin de la realidad del caso, cuando"

notó que los ojos

del

Señor le

n1i1~aban

con intensa

ternura, inspirándole al mistno ·tiempo una con–

ha nza grande.

Diego, fuera de si, ante el cuadro que

se

pre–

sentaba a su vista, cayó de rodillas en presencia

del Señor

y

juntando sus n1anos sobre el pecho

no supo decir otra cosa qlle repetir sus mal

a

pren.

didas oraciones; hasta

q~e

rendido por el

suefi.o,