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Y pa.r ece invitar a ell o
b
larga y t rigueña Cfl rret.era
de San Roy_ue, tendida do
;111
¡,,ve tul de lun a,
y
en cu–
yo confín se columbra, c0mo un peldaño de eielo, un pi–
cacho azul de la cordillera.
Pero nn auto qu e trae un grupo de diverti dos d"' u–
na de las casas de recreo de la carretera, disuelve Ja
procesión.
Con los restos fórmas e un t'iltimo grupo, riue se
sienta en el andén de un a grande casa
anti gua, al
oriente de la plaza Sucre.
Ahora
~e
va a contar euentos de príncipes
y
de prin–
cesas, de pájaros que hablan y árboles que cant an, de ca –
pas de oro y manja;res de perlas, !lllombrand o cien mil ve–
ces en cada cue o a
Su Saquerrial llfajestad
[Sacr a R eal
Majestad].
•
Y en las ye i.10ñas almas de los gr anujas morl aeos,
asomadas a sus caritas, ·nme1asamente ateutas, l a poes:ía va
a poner un primer estremecimiento, confuso
y
lejano.
"Había tres princesas, color del sol y de la luna. La
una se llaILaba Rosa Nieve, la otra se llamaba Rosa de
Oro y la otra se llamaba Rosa Azul. Todas tres bebían de
una fuente de plata, y todas tres se enamoraron de un
ruiseñcr. Pero ya mil años que no salía la luna, y Su
Real Majestad . . . . . . ''
Y el cuento termina entre el religioso embobamien–
to de la chiquillerfr, que se impresiona,
y
calla. Y eu sus
almitas oscuras el éxtasis bate pesadamente sus alas, por
la primera vez. Y todo el menudo auditorio, pendiente de
la feérica leyenda. es un musgo de poesía que crece en
las escalinatas de un castillo del arte. Porque en esa rasa,
a cuyo alero se acoge a soñar la chiquillería, con delicada
inconsciencia, vivió Don Luis Cordero, el ex--Presidente