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el milagro. A pesar de que el enfermo hizo voto d_e
coger
la vara, para serviéio del Señor Cura . Porque la familia in–
diana, en su cuita, ha acudido conj untamente a Dios
y
al
brujo.
Cuando el indio, jefe de la fami li a falleció, anunció lo
el alarido de la viuda e hijas, que se llegó a oír hasta en
la choza de la loma opuest.a.
En el cuartucho,
,.1
elemento femenino rodea al cli–
funto, colocado sobre flamante estera. A los costados, dos
velas de sebo prestan su maloliente luz. Y comienza el
plañido, un canturreo insistente y soñoli.ento. Y la elegía
rústica:
---iSe fue nues ro bonito! .
. ¿Quien labrará las tie-
rras? . . . ¿i,¿uien nos dará paira sal!?! . . .
Y el interminan e gimoteo, a primera vista, tan hon-
d
/
.
o, es una mer ru ;ina.
A la noche llegan los parientes. Y los extraños. Es–
tos traen el
pinzhi,
el imprescindible obsequio del de afue–
ra e·1 toda clase de reunión indiana,
y
que consiste, de
preferencia, en aguardiente.
El velorio comienza. Se han encendido más luce¡;; en
torno del difunto, y se le ha echado a éste un rosario al
cuello, para que
Supay
[el diablo] no se lo cargue. Las mu–
jeres de la casa siguen su lloriq ueo, sumadas a las extra–
ñas, que se enpeñan en sohrepujarlas en lo vigoroso del
plañido.
Los hombres juegan al
huairo.
Una prenda de hueso
alargada, con la que se apuesta, a la manera del dado . L a
maña del juego consiste en arrojarla, de manera que quede
enderezada. Cuando el
huairo
se para, es una exp losión de
aplausos y de entusiasmo. Las apuestas son para el gasto
de aguardiente; y, si algo sobra, para la familia del difun-