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(~\

paño mortuorio, poniendo u11 V"rso de los Cantares en

el

De profundis terrible de la muerte ) Y arrojó las flo–

res un indie;melo lloroso, talvez el novio de la pastora.

En el camposanto está lista la sepultura; y cuando

habrá de bajarse el cadáv<w al hoyo, la viuda prorrum–

pe en alaraquientos sollozo

,

se de.bate,

y

hay necesidad

de que los deudos la contengan. Finge querer sepultarse

en junta del esposo.

Y

en medio de la grosera incomprensión de un gran

dolor de la vida, solamente el silencioso llanto de la ma–

dre, que se acurruca por ahí, desolada, salva la odiosidad del

cuadro.

Es la Ú!ltima paletada. Si es el mayoral de la ha-

cienda el que ha

uer o, los peones circulan la sepul-

tura:

, ,

-¡Ahora gcita-no

! , . •

¡Ahora haznos col;.rar el be-

- corro muerto' . . • ¡Aho ·a péganos con el chicote!

Y pisotean la . tumba, entre burlas grotescas. O si es

una madre de familia que ha muerto, algún acompa–

ñante con pretenciones a humorista, arrastra por el poncho

a cualesquier de los chicuelos huérfanos, hacia ía fosa.

-Ya

mama

queda bien enterra9.a ... ya no

pued~

oírte, aunque la llames, ¿lo entiendes? aunque la ll a–

mes . • . Así te pegue

la

abuela,

y

te nieguen el

mote

y

la comida.

·

Y se hace tanto, hasta que el chico rompa a llo-

rar.

'

Después, la larga mesa en el suelo, tal que s1 se

tratara de uua boda. Y mientras la campana del pueblo

dobla,

y

es su glañido una grave sugerencia del escarmien–

to de la muerte, los indios en la mesa, apuran chicha

y

aguardiente entre adefesiosas invitaciones.