EN LA TIERRA DE LOS INCAS
97
warchítas, desde aquí tenernos que flanquear una
y
otra
\'t'Z
en ángulos recto:s,
y
al final de otl'a calle larga, con u–
na
~:W&q uza
que cone por el centro, lleg.-uno::; a la casa o
grupo de cabas Jel G·obernaJor. Son ellas uajas
y
bastante
meaianas en realidad, pero a la sombra put·púrea de las
uwntañas, cu_yas cituas, el sol poniente tiñe Lie caT'mesí, pare–
<::Pn .uu ft>liz retiro para el reposo_ Nuestl'as mulas endereza–
l'Uil
las Ol'ejas
y
con lavisióuue campos sin fin dealfalfa,a,·i–
,·aron el vaso con brío, llevándonos a tl'aYés de la portada,
al patio empedraJo de la éasa del gubemaJor con tanta
fogosidad, brío
y
alboroto, qne nos sentinw::> ,¡no conquis–
tadores, por lo meuos
uabulleros.
E l gobernador seüor Benavente, era un hombre un tan–
to rico
.Y
de cierta irnport;ancia, hospit.alar:io
y
med iana–
lúente inteligente. Su casa estaba edincada alrededor de un
pat1o en doude se atan los caballos,
COIHE:ll
las vacas,
va~
gan los cerdos en liber-tad en com¡.>añía de los perros, gan-
1-ios, patos, pollos
y
de los pequet)os cu,res indígenas que en–
tmu
y
salen chillaudo por los agujero::> de todas las pare–
des. .Para la delicia e odo · ello:> corre la
1:wequia
por me–
dio patio hacia un pozo enlozado del que descHmde por los
uildenes
para contribuir a la in·ig;ación de los teí:'renos lla–
Hos de abajo. Eu e te ROZo
re a el gauado, chapalean los
cerdos
y
se di
vi
,.
n os pa- os
y
gansos. !De él se saca el
agua para lJeber
y
en él se lava la vajilla, y cuando la no–
che recatada tiende su manto, podeís ver por las hendedu–
ras de la puerta de vuestro enarto, que en él se bañan los
criados de la casa, aunque no con mucha frecuencia. Pero
como el agua sale del pozo tan r ápidamente como entra,
puede tenerse por seguro que arrastra consigo todas las im–
purezas.
El señor Benavente nos dió un cuarto de unos doce pies
de lado, cerca del sótauo cerrado en que dormían los cria–
dos. Tenía el nuestro la ventaja de una pequeña ventana
sin cristales debajo del alet·o
y
de una puerta que podía ce–
rrarse
y
permanecer cerrada sólo atrancándola con un
pa.–
lo por deutro. En seguida nos sirvió la comida en su pro–
pia
sala
que tenía un piso de barro, una mesa vacilante
y
lin largo banco para sentarse. Había una cama de cuero
en un rincón con rnontums
y
freuos encima, todo improvi–
sado, dijo el gobernador, porque la señora, su mujer, cuyos
quejidos reprimidos podíamos escuchar a través de un ta–
bique de tocnyo, estaba enferma con fiebre. Le administré
previa solicitud : píldoras azules; dos en la noche; granos de