nisas, todo detalle ornamental
y
pictórico, tiene su
aplicación exacta, sin que la más leve brusquedad
venga a susceptibilizar el conjunto. Las arquivol–
tas, asentadas sobre la cornisa
y
en sostén de los
arcos de las bóvedas, dan la ilusión de que tienen
doble capitel, travesura óptica de la más refinada
genialidad. Y sin duda que fué un genio el autor
de este templo.
tE[
sentimiento español de dos si–
glos había sabido trabajar el espíritu de los pue–
blos jóvenes, de manera que los frailes oscuros, sin
salir, a veces, del olvidado chocel de un valle, cul–
tivaban su intelecto en aquella academia castiza,
trasplantada por los conquistadores en el idealis–
mo
y
en la fe ...
Con la fatriz completaba
mi
trilog~a
de los tem–
plos: San Fran is o el pritnero que alzaron los a-r–
gonautas de .A:m
~rica.;
IS'an Lorenzo,
1
má,a evo–
cativo de la edad ro ancesca de E'spáií.a;
y
éste,
el más bello, :.al v-ez, e los que superviven a la in–
fluen cia colomal.
·Cuando vagué por sus naves
y
rrenové el espí–
ritu con aquella revivencia del jónico
y
corintio,
tuve mi dejo de dolor, junto al gótico del altar,
que por cierto no debió responder
al
númen
art~tico de Sanauja, bañado en misticismo español
Y'
en brisas del Egeo. Pero el pecadillo de esta pro–
fanación medioeval, no fué suficiente para borrar
de mi espíritu la aseveración del joven potosino:
1 1
¿No conoce usted la !rl1'atriz?. . .
1
Si es el templo
mejor de América!. .. "